Capítulo 4. Atormentado

Kate buscó la manera de explicarle, de decirle que el golpe sobre su rostro no tenía nada que ver con él; sin embargo, Ricardo no le dio oportunidad. Pasó por su lado y se encerró en el cuarto de baño, dejándola con la palabra en la boca.

—Dios, esto es una locura —murmuró, sentándose sobre la cama, cubriendo su casi desnudo cuerpo con las sábanas. La joven no sabía qué hacer ni a dónde ir. No tenía nada decente que ponerse y el vestido de novia no era una opción. Los ojos de Kate se llenaron de lágrimas. Jamás en su vida se había sentido tan perdida como en ese momento. No obstante, tenía que encontrar una solución. Se puso de pie, buscó algo más decente que ponerse en el clóset de su esposo, cogió un pijama que le quedaba bastante grande y salió en busca de un teléfono para comunicarse con Grace y pedirle ayuda y un poco de ropa.

Mientras tanto, Ricardo golpeó la pared con su puño. Odiaba no poder recordar nada de lo ocurrido la noche de bodas. Había bebido como nunca antes lo había hecho. Jamás, desde que dejó Brasil, se había permitido perder la compostura. Se obligó a ser cauto, sereno y dueño de sí mismo. Ahora no podía decir que lo era. La carta de Ellen lo transformó en un abrir y cerrar de ojos. Exigió una novia suplente sin medir las consecuencias ni las posibilidades de encontrarse casado con una mujer que estaba muy lejos de ser su tipo ideal. Siempre se había decantado por las mujeres de cuerpo esbelto y cinturas estrechas. También las prefería castañas y no rubias. Lo que más le atormentaba era saber que pudo retractarse, tal como Renato se lo había sugerido. Pudo haber cancelado la boda al ver llegar a Kate, pero su orgullo estaba herido y tampoco estaba dispuesto a convertirse en el tema de conversación de la sociedad. Una sociedad llena de prejuicios que continuaba sin perdonarle ocupar un lugar que no le fue heredado desde la cuna.

Ni siquiera el agua pudo liberarlo de su tormento. No podía creer que fuera capaz de golpear a una mujer. Ricardo cerró los ojos y amargos recuerdos agolparon su mente. La imagen de su madre siendo maltratada por su padre borracho, mientras él y su hermana estaban escondidos bajo la cama para evitar la ira del hombre. Otro sonoro golpe se escuchó en el cuarto de baño. Ricardo se sentía atormentado mientras su mente recreaba una escena que le hizo revolver el estómago. Él golpeando a Kate.

—¡Maldición! —gruñó, abriendo los ojos, dándose cuenta de que su mano sangraba. El agua pronto se tornó roja. Ricardo cerró la llave y salió de la ducha. No tenía cara para encontrarse con su esposa, pero no tenía otra opción. Necesitaba calmarse y ofrecer una disculpa por sus acciones. Era lo mínimo que podía brindarle a una mujer. No era su padre y no se convertiría en ese tipo de hombre jamás. Ricardo no esperó encontrarse con el vestido de novia de Kate. Ni siquiera lo había visto cuando entró. Estaba tan ofuscado que no reparó en nada y aunque aún no estaba tranquilo, ahora se tomó su tiempo para inclinarse y tomar el vestido. El olor apestoso del alcohol le hizo lanzarlo al piso de nuevo. Se cubrió la nariz, mientras pequeños fragmentos de la noche anterior agolpaban su cabeza. El magnate gimió al recordar el beso que le había dado a Kate, gruñó al recordar que había vomitado y un halo de vergüenza se adueñó de él. ¡No! ¡No estaba siendo mejor que su padre! Atormentado salió del cuarto de baño, dispuesto a ofrecer más que una disculpa a su esposa, pero la habitación estaba vacía. Su camisa estaba sobre la cama y no había ni un solo rastro de Kate. Ricardo se mesó el cabello con frustración. Su día pintaba terriblemente mal para ser el primer día de casado. Sus lamentaciones duraron pocos minutos, luego de recibir la llamada de Renato y salir para encontrarse con su mejor amigo.

Mientras en otra parte de la ciudad, Grace estacionaba el auto.

—Espérame aquí, no voy a demorar —dijo, saliendo y cerrando la puerta. Kate se recostó en el sillón, cerró los ojos por un breve momento. Se sentía avergonzada por la situación vivida, no solo con Ricardo sino también con su mejor amiga. Afortunadamente, Grace no la juzgaba, nunca lo hacía.

—Ponte esto —dijo, abriendo la puerta del auto de nuevo.

—¿Quieres que me cambie aquí? —preguntó Kate, tomando las prendas que su amiga le ofrecía.

—Pues no lo sé, si quieres sales así como estás y te cambias en los vestidores —le dijo con ironía. Kate gruñó. Todo lo que tenía encima era un pijama de hombre.

—Ahorita salgo —respondió. Kate se las arregló para vestirse. No tuvo problemas con las prendas superiores, pero sí batalló varios minutos con las bragas y el pantalón. El auto era demasiado estrecho, pero finalmente pudo conseguirlo y salir del auto por un poco de aire fresco.

—¿Estás lista? —preguntó Grace.

—¿Para qué? —cuestionó Kate confundida.

—Tienes que comprarte ropa —le recordó.

—No, no es necesario. Tengo ropa suficiente en casa de mis tíos —refutó ella. No quería gastarse el dinero que no tenía.

—Esos son harapos —gruñó Grace con molestia.

—Nunca me lo dijiste —se quejó Kate con cierta tristeza. Grace suspiró.

—No necesitas esa ropa, Kate —insistió.

—Si te molesta, iré sola —susurró, sintiéndose juzgada y criticada por la única persona que jamás lo había hecho. Grace era perfecta. De hecho, ella no comprendía cómo terminaron siendo buenas amigas. Eran como el día y la noche. Su amiga era una diosa sobre las pasarelas, tenía un cuerpo que era la envidia de muchas, pero ella no estaba entre ese grupo. La amaba de verdad.

—No es que me moleste, Kate, pero…

—¿Qué?

—Fui primero a casa de tus tíos.

—¿Se negaron a darte mis pertenencias? —preguntó, no había sorpresa en su voz.

—Mabel las estaba quemando cuando llegué. Todo lo que pude rescatar fue esto —dijo, sacando de su bolso la foto de sus padres.

Kate sintió una piedra en el corazón.

—¿Qué es lo que les he hecho para que me odien tanto? —preguntó con la voz llena de dolor.

—Es su naturaleza, Kate. La maldad corre por sus venas —respondió sin vacilar.

—Nunca me han querido, se ocuparon de mí solamente por quedar bien ante la sociedad y no ser señalados —sollozó.

—No sufras más por ellos, Kate. Ninguno vale tus lágrimas —le aseguró, limpiando su mejilla.

Kate se mordió el labio. Tenía un cúmulo de emociones que estaban a punto de asfixiarla. Nada de lo que hacía o aceptaba hacer conmovió a Mabel.

—Ven, vamos a comprarte un nuevo guardarropa —Grace la haló de la mano y la arrastró por varias tiendas. Juntas eligieron ropa casual, de coctel, vestidos de noche y remataron en la sección de ropa íntima.

—¿Bromeas? —preguntó Kate cuando Grace le enseñó un sexy conjunto. Una bata de seda en color rojo pasión que resaltaba el color de piel de la joven.

—No, no exagero. Me parece perfecto para ti. Tienes un busto bendecido, tus caderas son perfectas para lucir este sexy babydoll. Estoy segura de que, si Ricardo Ferreira te ve con él, caerá rendido a tus pies —dijo con una traviesa sonrisa.

—Será desmayado por la impresión —gruñó Kate.

—Kate —llamó Grace. Había cierta nota de molestia en su voz.

—En realidad, dudo mucho que Ricardo aprecie mi bello cuerpo. Le gustan esas mujeres esqueléticas que tienen más hueso que carne —alegó.

—Gracias por lo que me toca —murmuró la chica.

—No lo digo por ti, tonta. Tú no necesitas hacer ejercicios, comes y comes y tu cuerpo sigue tan perfecto. Lo digo por esas mujeres que se matan en el gimnasio, comen como gusanos y no se aceptan como son —dijo.

—Ahí tienes la respuesta, Kate. Siempre te has amado tal cual eres, no tienes por qué cohibirte y si Ricardo no sabe apreciar a la mujer que tiene, qué pena por él —dijo.

Kate lo pensó mejor. Si Ricardo sentía asco por ella debido a sus curvas pronunciadas y a su cintura ligeramente ancha, la mejor manera de mantenerlo alejado de ella era mostrándose tal cual era.

—¡Me lo llevo! —exclamó—. Y esto también, y esto y aquel —Kate se desató con las compras y Grace sonrió triunfal. Ella no iba a permitir que nadie humillara a su amiga. Al final, salieron con tantas bolsas que les hizo falta manos para cargarlas todas al auto.

—Creo que me he excedido, te debo hasta el aire que respiro —dijo Kate sonrojándose al ver todas las bolsas en la parte trasera del auto.

—Tómalo como mi regalo de bodas —le sonrió Grace.

Kate se mordió el labio.

—¿Qué pasa? —preguntó la muchacha mientras conducía fuera del establecimiento.

—Ricardo piensa que hemos consumado la noche de bodas —susurró.

—¿Y no fue así? —preguntó.

Kate negó.

—Estaba tan borracho que ni siquiera podía mantenerse en pie. Un empleado tuvo que ayudarle a llegar a la recámara —confesó.

—Fue mejor así. No tienes por qué acostarte con un hombre al que no amas —le dijo.

Ella asintió.

—Él trató de que lo hiciéramos, me besó y yo lo golpeé —dijo.

Grace pisó el freno de manera repentina, provocando un gemido en Kate al sentir la presión del cinturón de seguridad.

—¿Se atrevió a hacerte algo más?

—No, pero piensa que esto —dijo, señalando la comisura de sus labios—, me lo hizo él —añadió.

Grace frunció el ceño.

—No tuve oportunidad de decir que fue mi tío —pronunció con rapidez ante la mirada afilada de la modelo.

—Pues yo que tú, lo hago sufrir, una pequeña venganza por ser tan idiota —gruñó la mujer.

—Se veía molesto.

—Pues es el único culpable. Si hubiese sido menos egocéntrico y más humilde, habría asestado el golpe que Ellen le causó y se habría retirado con dignidad. ¡Pero no!, él quería una novia como diera lugar y no tuvo en cuenta tus sentimientos. ¿Por qué tienes que pensar tú en los suyos? —le cuestionó.

—Quizá porque no me sentiría bien conmigo misma. No soy el tipo de persona que va por la vida causando daño —refutó.

—Te pasas de buena, Kate, y eso es lo que les dio confianza a tus tíos para manejarte a su antojo. Kate no respondió. Su mayor miedo a desobedecer a sus tíos era que dejaran de pagar los cuidados médicos de su abuela. Ella era todo lo que le quedaba de bueno en la vida. Ella y Grace, su amiga era una bendición en su vida.

—¿Puedes llevarme a casa? —preguntó, luego de un corto silencio entre ellas.

—De ninguna manera, primero iremos a comer —respondió y sin esperar respuesta, puso el auto en marcha y se dirigió al restaurante favorito de Kate.

Renato dejó la copa vacía sobre la mesa y miró a Ricardo.

—No puedes estar hablando en serio —dijo, sorprendido por la confesión de su amigo.

—No recuerdo lo que pasó, pero Kate tiene un espantoso golpe en la comisura de sus labios y el responsable solo puedo ser yo —gruñó, bebiendo un agua mineral.

—Puedes no serlo, quizá fue algo accidental —trató de justificarlo Renato.

—Me temo que no fue ningún maldito accidente. La besé a la fuerza y luego vomité sobre su vestido. ¡Me comporté como una bestia! —exclamó, conteniéndose para no gritar y llamar la atención sobre ellos.

Renato no sabía qué decir.

—¿Hablaste con ella?

—Sí, pero no creo en ella —dijo, bebiendo un sorbo de agua.

—Te dije que esto no era una buena idea, pero no quisiste escuchar —lo regañó Renato.

Ricardo negó.

—Temo convertirme en el mismo hombre que fue mi padre —susurró.

Renato presionó su mentón.

—No eres como él.

—Golpeé a una mujer —insistió.

Renato levantó el rostro y frunció el ceño. Ricardo pensó que era por sus palabras; sin embargo, se dio cuenta de que sus ojos estaban fijos en otro lado.

—Esa mujer que acaba de entrar, ¿no es tu esposa? —preguntó Renato.

Ricardo giró el rostro para encontrarse con Kate. Su esposa estaba siendo abrazada por otro hombre y ella sonreía…

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