XLII
La sonrisa jovial en el rostro, el toque cálido en su corazón una vez que descubrió que nunca iba a estar solo en este mundo mientras ella estuviera a su lado. No había nada que deseara más en este mundo que ella. Ella era el regalo que le había dado la persona a la que amaba y respetaba hasta el final de sus días y más allá. Era hora de que fuera feliz.

—Señor, ¿quiere que le acompañemos? —Su guardaespaldas le preguntó por segunda vez al verlo fuera del mundo.

Stefan había visto la forma en que María Fernanda había tratado a su abuela y la forma en que ella había tratado a María Fernanda. Esos eran los pequeños detalles que lo hacían amarla aún más, cada segundo un poco más.

—¡Oh!— Se despertó. —¡No! Quiero decir... no, gracias. Quiero preparar esto solo. Gracias.

—Sí, señor. Que tenga un buen día.

—Igualmente.

Después de eso Stefan se dirigió a su coche, que acababa de aparcar delante.

Iba a ser una buena noche.

Sexy como siempre, con el bikini azul oscuro que había d
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