Capítulo treinta y dos
La última noche
Sus labios barren los míos sin pausa y sin compasión. A duras penas soy consciente de cómo recorre mi cintura con sus manos, desciende por mis caderas, acaricia mis muslos y por fin, llega a mi trasero para alzarme en brazos.
Incapaz de hacer o decir algo, me remito a seguirle la corriente y rodearle la cintura con mis piernas.
Mi espalda golpea la pared antes de sentir su boca directamente en mi cuello. Lame, besa y muerde como si fuera un vampiro ansioso por drenar hasta la última gota de sangre en mi cuerpo.
Tiemblo sin control aferrada a su pelvis en tanto mis caderas inician el sutil contoneo, ansiando calmar el ardor.
Me encuentro inundada por tantas sen