Capítulo 1: Hombres como ellos

Laila escribió la última frase y una enorme sonrisa se extendió por su rostro. Estaba hecho, por fin había terminado con su artículo. Semanas de investigación y muchas noches sin dormir valían la pena ahora que había acabado. El lunes por la mañana lo presentaría a su editor en jefe y pasaría a su siguiente trabajo, pero por esa noche ya no tenía nada más que hacer.

Estiró los brazos al aire y miró el reloj sobre la mesa. Eran pasada las seis de la tarde y no había probado bocado alguno desde el mediodía. Su despensa estaba vacía, no era de sorprender si tenía en cuenta que había pasado un poco más de una semana desde la última vez que salió de compras. En casa de sus padres no habría tenido aquel problema, pero ella había insistido en vivir por su cuenta.

Tomó su llave y sus audífonos de la mesa que estaba en la sala. Había un super market a unas cuadras de su edificio. Hacían despacho a domicilio, pero necesitaba algo de aire fresco y estirar las piernas después de pasar casi toda la tarde en la misma posición.

Al pasar por seguridad saludó al guardia de seguridad y se detuvo a hablar con él algunos minutos antes de continuar con su camino. Se colocó los audífonos y se dejó llevar por la música mientras recorría el camino hasta el super market.

Su departamento quedaba en un lugar modesto, pero seguro. Fabrizio, su hermano mayor, se había encargado de buscar algunos lugares para ella cuando se dio cuenta que no iba a lograr convencerla de quedarse en casa de sus padres.

Sus hermanos podían ser algo —demasiado— sobreprotectores. Tal vez porque era la única mujer y, además, porque ambos le llevaban algunos años de diferencia, los suficientes para creer que podían meter sus narices en su vida cada vez que querían.

Dio un respingo Se sobresaltó al sentir a alguien colocar una mano sobre su hombro. Había estado demasiada perdida en su mundo mientras llenada su canasta de compras.

Casi lanzó un grito cuando alguien colocó su mano sobre su hombro. Se retiró uno de los audífonos y se giró. Tuvo que levantar la mirada para dar con la identidad del hombre que estaba frente a ella.

Soltó un bufido cuando se dio cuenta de quien se trataba.

—Siempre tan encantadora —comentó Michelle con una sonrisa.

El recién llegado no parecía sorprendido por la actitud de Laila. Si acaso, su sonrisa solo creció un poco más.

Michelle era el amigo de Salvatore, el esposo de su prima Isabella. Lo había conocido algunos meses atrás en una emboscada que su prima se había osado llamar “almuerzo”. De haber sabido sus intenciones, habría encontrado una excusa válida para no ir.

Entendía que su prima fuera feliz porque todo había resultado muy bien entre Salvatore y ella, lo que no entendía era sus repentinas ganas por ver a todo el mundo igual de feliz. Alguien tenía que salvar a Ignazio de ella porque era muy probable que también tuviera algo guardado para él. Solo que ese alguien no iba a ser ella, tenía sus propios asuntos con los que lidiar. Para ser exacta, un problema de más de metro ochenta, ojos azabaches y sonrisa demasiado encantadora.

—¿Es enserio? ¿Ahora te dedicas a acosarme?

Michelle la miró imperturbable. A menudo se preguntaba si había algo que lo perturbara. En cada oportunidad que habían interactuado, él siempre se había mostrado tranquilo.

—No había pensado en ello, pero lo tendré en cuenta en el futuro.

—¿Así que es una casualidad que estés aquí? —Cada una de sus palabras destilaba ironía.

—De hecho, sí. Vivo cerca de aquí y necesitaba hacer las compras —Michelle movió el coche que sujetaba de adelante hacia atrás—. Ya sabes, todos necesitamos algo de comida para subsistir.

Frunció el ceño para nada divertida con su respuesta, incluso cuando sabía que ella se había comportado grosera primero.

Desvió la mirada hacia el contenido del carrito de compras de Michelle y casi de inmediato se arrepintió de ello. Él tenía el carrito lleno de toda clase de verduras, carnes, especias y muchas cosas que no tenía idea de para que servían o si siquiera se comían.

En contraste, su canasta estaba a rebosar de comidas pre cocidas listas para meter al microondas y todas sus golosinas preferidas. La única comida buena que su cuerpo recibía, era la que su madre dejaba a veces en departamento cuando se pasaba por allí y la que comía cuando se reunía con su familia.

Durante un tiempo se había esforzado por aprender a cocinar, pero simplemente no era lo suyo. Tampoco es como si lo hubiera intentado con mucho ahínco. Solo le había bastado algunos intentos para reconocer que no la cocina no era lo suyo. Entonces para que comprar cosas que de seguro se quedarían en el fondo de la alacena o de la refrigeradora.

—Fue un gusto verte otra vez —dijo tratando de alejarse de él cuanto antes—. Nos vemos por allí.

—¿Qué te parece si vamos a comer algo?

Laila se detuvo y lo miró sobre el hombro. Sería tan fácil decir que sí y, sin embargo, aquel hombre tenía todas las señales de peligro por donde sea que lo mirase. Había aprendido la lección después de lo de Franco.

Hombres como ellos, con un encanto innato y que creían que todas las mujeres debían caer rendidas a sus pies, solo podían causarle daño. Sí decidía salir con alguien, en definitiva, ese no iba a ser Michelle.

—Lo siento, tengo muchas cosas que hacer.

Su plan para el resto de la noche era sentarse frente a la televisión con algo de comida chatarra y ver una serie hasta el amanecer. Sí, no era la cosa más emocionante del mundo. Cualquier cosa por mantenerse lejos de Michelle.

Empezó a caminar tratando de dejarlo atrás, pero él la alcanzó y le siguió el ritmo.

—Si te conociera mejor diría que me tienes miedo.

—Es bueno que no me conoces nada.

—No es porque no quiera. ¿Entonces?

—¿Entonces qué?

—¿Me tienes miedo?

—¿Por qué habría de hacerlo?

—Esa no es una respuesta.

—No, no te tengo miedo.

—Vamos a cenar algo entonces, conozco un lugar que te encantará.

Laila se mordió el labio inferior intentando no caer en su trampa, pero su determinación murió demasiado rápido. Nunca podía resistirse cuando se trataba de un reto. Una m*****a costumbre adquirida al vivir con dos hermanos varones.

—Está bien, pero aún tengo que terminar de comprar algunas cosas y no sé cuánto tarde. —Laila tenía la intención de tardarse todo el tiempo del mundo, tal vez para cuando terminara, Michelle estuviera demasiado cansado.

—No hay problema, yo también tengo que aumentar algunas cosas.

—¿Más? —No pudo evitar que el asombro se notara en su voz.

Michelle se encogió de hombros.

—A veces me gusta ponerme a experimentar en busca de nuevos sabores.  

Michelle esbozó una sonrisa al ver lo mucho que Laila se esforzaba en ignorarlo. En su cesta ya no entraba nada más, pero aun así seguían allí. Se había dado cuenta de sus intenciones tan pronto se dirigieron a la zona de productos frescos, había mirado cada uno de ellos por mucho tiempo y al final no había levantado nada.

Se veía bastante tierna, si le preguntaban. Tenía el ceño fruncido en un intento por lucir concentrada en lo que tenía delante. Habría podido engañar a cualquiera menos a él.

—¿Piensas comprar una cacerola nueva? Si es así, podría darte algunas recomendaciones. —Sujetó la primera a su alcance y la giró como si fuera un vendedor tratando de mostrar su producto—. Esta, por ejemplo, es liviana, pero está hecha del material perfecto para evitar que la comida se pegue en la base; sin embargo, es una mala opción si quieres…

Laila empezó a caminar dejándolo a media frase.  

—Eres insoportable —murmuró al pasar por su lado.

Soltó una carcajada y la alcanzó. Colocó una mano sobre su hombro.

—¿Tienes todo lo que necesitabas?

—Sí. Sobre la cena...

—¿Te estás echando para atrás? —Se aseguró que sus palabras salieran como una provocación.  

—Para nada —saltó Laila a la defensiva justo como esperaba.

Después de pasar por caja, fueron hasta su auto en el estacionamiento. Acomodó sus cosas y las de Laila en la maletera de su auto.

Condujo en silencio hasta el restaurante que estaba a unos quince minutos de allí. Se llevó una decepción al verlo cerrado.

—Supongo que tendremos que dejarlo para otra oportunidad.

Le tomó algunos segundos encontrar una solución. No iba a dejar que Laila se marchara tan fácil ahora que había logrado que aceptara acompañarlo a una cita… O la versión más parecida.

—Tengo una idea.

—¿De qué se trata?

—¿Acaso no confías en mí?

—Ni un poco.

—¡Auch! Eso dolió. —Le dio un guiño y comenzó a manejar hacia su departamento.

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