Victoria
Adrián me había colocado otra bolsa de suero mezclada con el antídoto. Mientras me administraba el medicamento, se mantuvo en un silencio espeso, casi doloroso, concentrado únicamente en atender mis heridas. Su nueva actitud, distante y profesional, me exasperaba… y al mismo tiempo, una punzada de culpa me atravesó. Sabía que había sido indócil respecto al tema de la reencarnación, y que mis palabras no fueron justas.
—Debes seguir descansando —me aconsejó, sin añadir nada más. Desapareció por la puerta, dejándome con la palabra atrapada entre los labios.
La noche había descendido con su velo de aparente calma. Giré el rostro hacia la ventana, donde el árbol de roble se alzaba imponente, coronado por la luz de la luna.
—“El monarca de los bosques” —murmuré, evocando la leyenda que Adrián me había contado.
Minutos más tarde…
Adrián volvió con una bandeja, la colocó en la mesa y se dirigió a cerrar la ventana. Luego, verificó mi temperatura. En su rostro se dibujó un leve alivi