—Entonces me esforzaré —afirmé.
—¿Trato hecho? —pregunté, alzando la mano.
—Acepto el trato. Sin embargo, yo también tengo una condición.
—¿Cuál? —adopté un rostro serio.
—Necesito que pruebes el caldo y me digas sinceramente qué opinas. Todos dicen que soy un pésimo cocinero, y duele que, tras siglos de intentos, mi sazón siga siendo un desastre —confesó con un humor que apenas disfrazaba cierta vulnerabilidad.
—Si eso es tan importante para ti, acepto tu cláusula adicional. Pero con ella, el pacto queda sellado.