Capítulo 4.
Xenois

La sala de juntas quedó en silencio al terminar mi presentación. Doce pares de ojos me observaban expectantes, esperando que el Alfa y CEO los dispensara para irse.

Asentí una vez y se retiraron, dejándome solo con el director financiero, Thorne.

—El nuevo proyecto de desarrollo se ve bien —comentó, recogiendo sus papeles mientras se levantaba—. Aunque el tiempo será ajustado por la recaudación de fondos del alcalde el próximo mes.

—Lo haremos funcionar —respondí distraído, con la mente en otra parte.

La conversación de la noche anterior con Lumina no dejaba de repetirse en mi cabeza: nuestro hijo estaba muriendo.

Fui a la habitación de Ollie después de que ella se acostó, observándolo dormir.

Su respiración parecía más pesada de lo habitual y su pequeño cuerpo estaba demasiado quieto bajo la manta de dinosaurios.

¿Siempre había sido tan pálido? ¿Tan delgado?

—Xenois, ¿me escuchas? —parpadeé y me enfoqué en Thorne mientras él negaba con la cabeza.

—Perdona, ¿qué decías?

—Te pregunté por la situación con Sophia Kingston. El consejo de la manada está... preocupado.

Apreté los dientes sintiendo una ira protectora ante sus palabras, por lo que le respondí:

—Los asuntos personales de Sophia no son temas del consejo.

—Cuando el Alfa pasa más tiempo con otra mujer que con su Luna, se vuelve un asunto de la manada —Thorne era mi mejor amigo, por eso me hablaba con tanta franqueza.

—La gente habla, Xenois. Están cuestionando tu juicio.

—Que hablen —me levanté, señalando el final de la conversación—. Tengo otra reunión.

En realidad, iría a la escuela de Riley. Su maestro había llamado a Sophia por algunos problemas de conducta, y ella me había pedido que la acompañara.

Sentí que era correcto aceptar, aunque una voz que me hacia sentir culpable me recordó que nunca había asistido a ninguna reunión en la escuela de Ollie.

Mientras conducía hacia la escuela de Riley, sonó mi teléfono. Era Lumina, por lo que dudé antes de contestar.

—Estoy ocupado, Lumina. ¿Puede esperar?

—Es Ollie —su voz sonaba asustada y temblorosa, aunque intentaba mantener la calma—. Se desmayó en la escuela. Estamos en el hospital.

El miedo me llenó y apreté el volante. —¿Está...?

—Está bien, por ahora. Le están haciendo unas pruebas —vaciló antes de agregar—. Está preguntando por ti.

Sentí culpa de inmediato. Estaba yendo a la escuela de Riley mientras mi propio hijo yacía en una cama del hospital.

—Ya voy —prometí, dando la vuelta con el coche.

Pero mientras giraba hacia el camino que llevaba al hospital, volvió a sonar mi teléfono, esta vez era Sophia.

—Xenois, ¿dónde estás? El director nos espera y Riley está muy molesto.

Apreté con fuerza el volante, dividido entre dos caminos, dos niños que me necesitaban.

—Sophia, no podré ir. Ollie está en el hospital.

—Oh —su voz sonó extraña, un poco fría—. Entiendo, la familia es lo primero.

Pude percibir la sutil inflexión al mencionar “familia”, no me pasó desapercibida la insinuación de que Riley y ella no formaban parte de esa categoría.

—Dile a Riley que se lo compensaré —dije, ignorando el sentimiento de culpa—. Los veré mañana para cenar, como estaba planeado.

—Por supuesto —replicó rápidamente—. La familia es lo primero. Tendremos una cena tranquila mañana, aunque Riley estará decepcionado... ha estado hablando toda la semana de mostrarte su regalo de cumpleaños.

Vi claramente su manipulación, pero aun así caí.

—¿A qué hora mañana?

—¿A las seis? Haré tu comida favorita.

Acepté y colgué, odiándome un poco más. Luego seguí hacia el hospital, donde mi hijo y mi compañera me esperaban.

Cuando llegué a la habitación, estaba en silencio. Ollie parecía frágil y vulnerable en aquella gran cama, con tubos que lo conectaban a máquinas que no comprendía.

Lumina estaba a su lado, acariciando suavemente su cabello. No levantó la mirada cuando entré.

—Hola, campeón —dije suavemente, acercándome.

Los ojos de Ollie se abrieron lentamente. Por un instante pareció confundido, luego sonrió débilmente al reconocerme.

—Papá, viniste.

El hecho de que estuviera emocionado y sorprendido por algo tan pequeño me dolió más de lo que esperaba.

—Por supuesto que vine —tomé su pequeña mano, sorprendido por lo frágil que se sentía—. ¿Cómo te sientes?

—Cansado, pero la doctora me dio una calcomanía genial —levantó la otra mano mostrando un dinosaurio pegado a su bata de hospital.

Forcé una sonrisa intentando no mostrar mis sentimientos.

—Eso es genial. ¿Las coleccionas?

Lumina alzó la vista, sorprendida por mi intento de conversación.

Sabía que no tenía idea de qué coleccionaba o qué le gustaba a nuestro hijo. Me avergoncé al darme cuenta de eso.

—Tengo diecisiete calcomanías de dinosaurios —me informó Ollie con orgullo—. Y Riley tiene veinte, pero hizo trampa porque su mamá le compró todo el paquete de una vez.

Al mencionar a Riley me hizo estremecer, presentó mis faltas frente a mí, obligándome a responder por ellas.

—¿Cuándo puedo ir a casa? —preguntó Ollie, con los ojos cerrándose lentamente por el sueño.

—La doctora quiere que te quedes una noche en observación —respondió Lumina con una voz baja y tierna mientras le acariciaba la mano—. Yo me quedaré contigo.

—¿Papá se puede quedar también? —preguntó esperanzado al verme.

Antes de que pudiera contestar, entró la doctora Martinez.

Ella asintió hacia Lumina, luego me miró con desaprobación. —Alfa Blackwood, es bueno que se haya unido a nosotros.

Su saludo me dolió profundamente.

—¿Cómo está? —pregunté, ignorando su tono.

—Estable, pero su situación es preocupante. Sus niveles de energía están peligrosamente bajos —miró brevemente a Lumina—. ¿Discutieron la posibilidad de la que hablamos?

Lumina asintió. —Lo intenté.

La doctora volvió a mirarme. —Alfa, creo que su hijo sufre un drenaje de energía mágica. Necesito observarlo con todas las personas habituales en su día a día, especialmente cualquiera que haya llegado a su vida durante el último año.

Entendí de inmediato a quiénes se refería.

—¿Quieres decir Sophia y Riley?

—Entre otros, sí.

—Absolutamente no —respondí, negando con la cabeza y retrocediendo—. No tienen nada que ver con esto.

La expresión de la doctora Martinez cambió a una clara desaprobación y enojo.

—Con todo respeto, Alfa, usted no es médico. Los sifones de energía son raros, pero están documentados. Además, el momento coincide perfectamente con su llegada a la manada.

—Que haya una coincidencia no significa que sean ellos —repuse con brusquedad—. Encuentre otra explicación.

—¿Papá? —la pequeña voz de Ollie nos interrumpió— ¿Estás enojado?

—No, campeón. Solo preocupado por ti.

—¿Te quedarás? Por favor, prometo no enfermarme si te quedas.

—Me quedaré un rato —cedí, sabiendo que no podría pasar toda la noche cuando tenía planeada la cena con Sophia y Riley para mañana.

Necesitaba ir a casa, prepararme y trabajar en las propuestas del presupuesto de la ciudad que debían entregarse.

Lumina me miró con decepción, aunque no fue algo inesperado. No dijo nada, solo siguió acariciando el cabello de nuestro hijo mientras él se sumía de nuevo en el sueño.

Sentado allí, observándolos, me sentí como un extraño en medio de mi propia familia. ¿Cuándo había sucedido eso? ¿Cuándo empecé a anteponer todo y a todos por encima de ellos?
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