Allá por la noche, Juan regresó con Gabriel, quien ya estaba sin fiebre, pero se veía pálido y desanimado.
Juan aún me guardaba rencor por haberle abofeteado, por eso no me dirigió palabra.
Solo mi nuera me saludó y mi nieta corrió hacia mí y me llamó dulcemente.
—Abuela, no te separes del abuelo, quiero que seamos felices juntos como una familia.
Me soprprendió que le contaran estas cosas a la niña.
Acariciando suavemente sus suaves mejillas, le contesté con una sonrisa:
—Aunque me separe del abuelo, iré a verte a menudo.
Juan gruñó desde un lado.
Gabriel no pudo evitar apretar los dientes y preguntar: —¿Por qué insistes en el divorcio?
Mi nuera vio tal escena y se llevó la niña a su habitación.
Sin la niña presente, no tuve que preocuparme por hablar de ello:
—Ya que todos estamos aquí, hablemos del divorcio.
Gabriel tenía el ceño fruncido, probablemente incapaz de entender por qué me aferraba a esto; a sus ojos, él no había hecho nada incorrecto.
Mi hijo me increpó enfadado: —Mamá,