Vuk Maković
La pesada puerta de acero se abrió con un chirrido de metal oxidado y entré. La visión me golpeó como un puñetazo en la garganta.
Filas de cajones destrozados, espuma de embalaje esparcida por el suelo de hormigón como nieve. AK-203, miras térmicas, cajas de granadas de 40 mm, todo saqueado. Dos mil millones de euros de mi mercancía, desaparecidos en una sola noche. Alguien había entrado en mi almacén, mi fortaleza al borde del Danubio, y lo había violado hasta dejarlo limpio.
La sangre se me heló y luego hirvió.
Los guardias ya habían traído a uno de ellos. Un tipejo nervioso y lleno de marcas de aguja en los brazos, arrodillado en medio del suelo, con orina manchando sus vaqueros. Solo uno. Los demás se habían esfumado por la ciudad como humo.
Al principio no hablé. Solo me acerqué despacio, dejando que oyera mis zapatos sobre el hormigón. Cuando estuve lo bastante cerca para oler su miedo, me agaché hasta quedar a la altura de sus ojos.
—¿Quién os dio los códigos? —mi v