Vuk Markovic:
Una vez que mi coche se detuvo en el muelle, bajé, ajustándome la chaqueta contra la brisa cargada de sal.
—Luka, quédate aquí. No tardaré —dije. Él asintió en silencio.
Confiaba en ese socio mío. Llevábamos años trabajando juntos: comprando, vendiendo, haciendo ese tipo de tratos que exigían sangre y lealtad a partes iguales. La confianza no se daba; se construía. Y él había trabajado duro para ganarse la mía.
El guardia en la entrada del yate asintió cuando me acerqué. Dentro, un camarero me condujo hacia la cubierta superior, donde un suave jazz sonaba sobre el zumbido de los motores. El aire olía a vino caro y madera pulida.
El yate comenzó a moverse, cortando el agua. No pensé mucho en ello… al menos no todavía.
Entonces apareció él. Mi socio. Sonriente, sereno. Nos dimos la mano, un gesto ensayado, familiar. Él mismo me sirvió una copa, algo raro en él.
Pero algo en mí se tensó. Mis instintos gritaban no.
Dejé la copa sobre la mesa, intacta.
—Amigo mío —dije, forza