Gabriel permaneció sentado tras su escritorio, con los ojos oscuros fijos en la puerta por la que Oriana acababa de salir. La tensión en la habitación parecía haberse disipado con su partida, pero solo de forma superficial. En su interior, las preguntas seguían ardiendo: lo que había presenciado momentos antes, cuando Oriana casi inconscientemente parecía controlar su entorno, era un recordatorio inquietante de un pasado del que él no podía desprenderse.
Sin embargo, no era únicamente el hecho de lo que Oriana había hecho, sino la manera en que lo había hecho: con una mezcla de desconcierto y miedo, como si ella misma no comprendiera del todo lo que sucedía. Ese matiz la diferenciaba de otras experiencias que Gabriel había vivido en épocas remotas y le ofrecía una pizca de esperanza inesperada.
Incapaz de quedarse inmóvil, se levantó y caminó hacia la ventana, donde la ciudad se extendía bajo un manto de luces titilantes. El peso de los siglos recaía sobre él con fuerza, y en su mente