Después de comer, Rowan me llevó en coche a la casa de Ioan. Al tocar su puerta, la persona que vino a abrir fue Luana, la niñera que les había encontrado. En ese momento, me sentí bastante aliviada. Luana, sorprendida de verme, me apresuró a entrar a la casa. Cuando entré, Ioan y su esposa Manuela se quedaron paralizados un buen rato hasta que Manuela, golpeándose el muslo, exclamó:
—¡Ay! ¡Si es la señorita María Lara! ¿Cómo has venido?
Me apresuré a sonreírles, poniendo una canasta de frutas frente a ellos y, disculpándome, dije:
—Tía, en realidad había querido venir antes, pero surgieron un par de complicaciones y terminé posponiéndolo hasta hoy.
Luego, examinándola de arriba abajo, pregunté:
—Tía, ¿cómo se siente últimamente? Parece que tiene buen color.
—Ay, pues… ¡señorita Lara! Todo gracias a ti, de lo contrario, yo ya… —Su voz se quebró de repente.
Ioan bajó la mirada. Rápidamente me senté al lado de Manuela, tomé su mano sonriendo y dije:
—Tía, es su propia suerte lo que cuent