Me levanté rápidamente de la cama, me apresuré a bajar y, aunque mis movimientos eran bruscos, todavía sentía dolor por todo mi cuerpo. Primero, corrí las cortinas y eché un vistazo hacia abajo. Para mi sorpresa, vi a Mariana parada afuera de la puerta principal.
¿Cómo supo dónde vivía? No recordaba haberle dicho que vivía en la Residencia Esplendorosa.
Me puse unas pantuflas y bajé corriendo las escaleras. Ella volvió a tocar el timbre dos veces.
En el vestíbulo, encendí el interruptor y luego fui hacia la puerta de la habitación. Abrí la puerta y la vi entrar con una sonrisa en el rostro, sosteniendo una canasta de frutas en la mano.
Tenía una expresión inocente y amigable.
—¡Señorita Quintana! —La saludé sonriendo mientras la recibía—. ¿Cómo encontraste este lugar?
—¡Hola! ¡Fue un poco complicado! —respondió mientras entraba y miraba al alrededor con una actitud muy familiar—. Tu casa es muy bonita, ¡muy clásica!
—¡Por favor, siéntate! ¿Quieres tomar algo? ¡Tengo café y té aquí! —d