En el avión rumbo a la Ciudad Jim, miraba las nubes flotantes por la ventana y de repente recordé el rostro de Patricio. Desde que el juicio de divorcio terminó, no lo había vuelto a ver. Tampoco me llamó por iniciativa propia. Había una extraña sensación de pérdida en mi corazón.
Pero aún así, me contenía, evitando acercarme demasiado a él.
Al bajar del avión, encendí mi celular y vi una llamada perdida de él.
Lo pensé un momento y decidí devolverle la llamada. Al otro lado, me preguntó directamente: —¿Dónde estás?
—Acabo de aterrizar en Jim— le respondí sinceramente.
—¿Ah, estás sola?
—Sí.
—Bien, ¡cuídate!— Su tono era distante y no parecía tener intención de decir mucho más—. Hasta luego.
Sosteniendo el teléfono, me sentí especialmente frustrada. ¿Me llamó solo para hacer un par de preguntas y luego colgar? Estaba a punto de preguntarle dónde estaba y qué tenía de urgente para llamarme, pero ¡él ya había colgado!
Guardé enojada el teléfono.
Esta vez, al encontrarme con Rico, noté qu