Treintisiete

Su cabello dorado y greñudo, piel tan pálida que llegaba a tocar el gris, bolsas negras tan grandes que casi absorbían sus ojos azules, labios resecos y rotos manchados con toques purpuras, su aspecto demacrado me hicieron preguntarme si los fantasmas existían.    

 Me extendió una mano pero yo la rechacé arrastrándome hacia atrás, hasta que mi espalda chocó contra el tronco de un pino.

Mierda.

Cerré los ojos sintiendo que el corazón se saldría por mi boca, no podía ser real, todas mis investigaciones según lo que había logrado recordar era para saber por qué Abril había muerto, todas las dosis de medicina que ella consumió, incluso toda mi vida era por esa investigación.

—Estas muerta —dije volviendo a verla—, todos saben que estas muerta.

Ella sonrió, más que tranq

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