CAPÍTULO 2

 DÉJAME LIBRE…

—¿Estás mejor? —Zahida negó mientras recibió una cucharada de sopa, que Laya, la criada, le estaba dando con paciencia.

—Siento que incluso me cuesta respirar… —Laya miró hacia la puerta y negó un poco preocupada por su aspecto.

Tenía grandes ojeras, y una piel muy pálida.

—Están llevándote al límite, además de que la señora Adilá te pide hacer sus quehaceres también… no deberías…

Zahida se recostó negándose a recibir más comida y miró al techo.

Su habitación solo era un disfraz, para que en el palacio no supieran cómo era tratada. Además de que esta era un ala diferente del palacio, solo para el príncipe, y en las reuniones, siempre la disculpaban con decir que ella no estaba dispuesta.

—El príncipe Samir, me pidió que no hicieras ningún oficio… y no me dijo por cuanto tiempo… —Zahida frunció el ceño, y su corazón se aceleró.

Ni siquiera en su casa, antes de casarse, había hecho uno, porque siempre había tenido una criada.

—¿Cuándo te dijo?

—Esta mañana… me dijo que viniera y te atendiera con urgencia, y que debía darte los suplementos para que te recuperaras… además…

—Además…

—De que te pusiera ropa bonita… dijo que en unos días vendrá a hablar contigo.

Zahida se estremeció un poco y luego asintió para sentarse y seguir comiendo.

Ella fue bañada de forma cuidadosa en su tina, y solo miraba el atardecer cuando Laya vino a peinar su cabello.

Y cuatro días después, le avisaron que tendría una cena con el príncipe Samir en su habitación, por lo que Laya la arregló y vistió de una forma más elegante.

—Eres la única persona que tengo, y la que puedo confiar… —Laya la miró a través del espejo mientras asintió, mientras notó como Zahida comenzó a notar minuciosamente como su rostro, pesar de estar comiendo bien y estar bien atendida en estos días, ya no era el mismo, pese a que tenía a penas veinte años.

Su cabello se veía reseco, sus ojos apagados, y la cara demacrada.

Zahida miró sus brazos llenos de moretones por las constantes transfusiones, y no pudo evitar separar los labios cuando su aliento salió como una queja.

—Me veo como un desastre… ¿Quién puede quererme así?

—Eres hermosa Zahida… solo…

La puerta se abrió mientras unos sirvientes entraron a colocar una mesa provisional en la terraza, y Laya se apresuró a salir de la habitación cuando anunciaron que el príncipe entraría en cualquier momento.

Por un momento, Zahida tuvo una leve esperanza de que su esposo se hubiese arrepentido, y luego de que ella gritara que quería divorciarse, lo hubiese pensado mejor.

Se levantó de forma cuidadosa, y siguió la orden de esperarlo en la mesa, mientras encendieron unas velas.

Ella cerró los ojos apuntando su cabeza al cielo y susurró.

—Que Alá tome el control…

—Zahida… —ella saltó un poco al escuchar la voz, y notó que allí estaba su esposo, acomodándose en la silla—. ¿Cómo te sientes?

Sus ojos se abrieron un poco, nunca le había preguntado tal cosa, y abrió su boca intentando buscar una palabra.

—Estoy mejor… creo que me veo mejor…

—Perfecto… —Zahida se giró al ver que traían la comida, pero fue un solo plato el que pusieron en la mesa.

—¿No vas a comer? —Samir negó.

—No, tengo otros asuntos.

Zahida miró su plato de verduras y pollo, y tomó los cubiertos.

—Realmente siento haber gritado sobre ese tema aquel día… —pero los ojos del príncipe, eran incomprensivos, planos y vacíos—. Yo…

—Viajaremos en una semana de nuevo… —él la cortó y Zahida abrió más los ojos.

—¿Qué?

—Lo que has escuchado…

—¿A dónde?

—Sabes a donde.

Su corazón se aceleró desmedidamente, y literalmente dejó caer los cubiertos en la mesa.

—¿Acaso se han vuelto locos? Antes era cada dos meses o tres, pasó a ser cada mes… han pasado cuatro días, ¿Cómo es posible? 

—El médico dice que, si Adilá recibe otra dosis, entonces ella podrá incluso comenzar el tema para embarazarse… debo darle un heredero pronto a mi padre…

Zahida pasó un trago y negó.

—Adilá ha tenido problemas, ¿por qué no puedo hacerlo yo…? —Y Samir golpeó la mesa.

—Porque en la vida quiero un hijo de ti…

Zahida quería llorar de la frustración, pero ahora entendía que estaba frente a un hombre que no le importaba nada, y ella menos.

Él estaba dispuesto a todo, y mantener oculto de que su primera esposa estaba enferma, y no podía darle hijos pronto, a cualquier costo.

Zahida no sabía muy bien por qué el príncipe se manejaba en lo secreto, ella no sabía mucho de la familia real, porque las segundas esposas no eran tan importantes como la primera, y tampoco si el Jeque, su padre, estaba de acuerdo con ello.

Lo único que sabía de Hakim Al-Saif, el presidente de Omán y Emir de la nación, es que se había casado muy joven, y había sido padre de Samir, cuando apenas tenía diecinueve años.

La madre de Samir aún seguía en el palacio, pero desde el día uno, sabía que ella tampoco era una buena persona, y no sabía cómo era su relación con el Jeque, ya que, cuando Samir estaba pequeño él se casó con una segunda esposa, que murió cuando no pudo resistir el parto de un segundo heredero.

—No hagas más difíciles las cosas, míralo como algo heroico… —La burla en el tono de Samir, irritó aún más a Zahida, y ella negó con ira.

—Pensé que venías a disculparte… —Y Samir sonrió.

—Pon los pies en la tierra Zahida, tú no eres nadie para mí…

Ella apretó los dientes y asintió.

—Entonces tengo una condición…, ya que sabemos de qué utilizas a un médico extranjero, y además corrupto para hacer todas estas intervenciones, que no son legales…

Samir frunció el ceño, como lo hacía particularmente cuando no tenía nada que alegar.

—¿Qué condición?

—Puedo hacer un escándalo y negarme a ir… porque se trata de mi vida, incluso puedo morir en ella, y eso no te importa…

—¿Cuál es la condición? —Samir dijo en un tono más frío y Zahida levantó la cara.

—Después de esta transfusión, déjame ir… divórciate de mí y déjame libre…

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