REINA DEL MAR. CAPÍTULO 31. Los límites de una reina
REINA DEL MAR. CAPÍTULO 31. Los límites de una reina
Llego al edificio de mi oficina a las nueve con doce minutos. Me bajo del auto y en cuanto piso la acera, algo me da mala espina. Hay un coche estacionado en la esquina de la calle y hoy... hoy mi instinto está disparado.
No es de los nuestros. No es de ninguno de mis trabajadores. Y parece que lleva ahí suficiente tiempo como para inquietar hasta a mi sombra.
Le hago una seña al jefe de mi nuevo equipo de seguridad sin siquiera mirar en aquella dirección.
—El auto negro —le digo sin necesidad de levantar la voz—. El de la esquina. Averigua quién coño es y de paso me lo arrastras hasta mi oficina —ordeno con un suspiro cansado—. Quiero hablar con él.
Me acomodo en la recepción, cruzo las piernas y abro el móvil como si tuviera todo el tiempo del mundo. Dos minutos después, los chicos entran empujando a alguien que se tropieza y rezonga, y no necesito mirarlo para saber quién es, porque esa voz chillona ya la conozco de sobra.
—Sylus