—No era la primera vez que veía a ese hombre —dije a los policías—, creí que era el padre de algún niño.
Ellos pidieron una descripción del hombre, y que estuviéramos atentos a los teléfonos, por si era un secuestro y llamaban por un rescaté.
Lloré de nuevo, un secuestro era lo peor que podía pasar.
«¿Y si les hacían daño?, ¿y si no querían dinero?, ¿y si jamás los volvía a ver?»
Tantas posibilidades estremecieron mi alma empujándome a llorar aún más.
Un par de horas después mi teléfono sonó, pero no era un secuestrador, era Chío con tremendas noticias.
—Amiga, alguien ha estado investigando sobre Diego —dijo y me quedé helada—. Vino un hombre, dijo llamarse Damián Belmonte,