22. FELICES PARA SIEMPRE

—Llévatelas —ordené.

—¿Y yo para que las quiero? —preguntó Damián Belmonte hijo—. Se ven más bonitas aquí —aseguró y sonrió dejándolas en una repisa en la entrada de mi casa—. Sabes, ese hombre es mi padre y, aunque no siempre nos llevamos bien, lo quiero mucho. Te dejaré estar a su lado si firmas un acuerdo en que la herencia es toda mía.

—Eres un menso —dije abrazada al hombre que me abrazaba sin dejar de sonreír.

—Tío Damián —gritó Diego desde la puerta, tirándose a los brazos de mi hermano. 

Él lo abrazó preguntando cómo estaba su sobrino favorito. 

—Aún sin pantalones —respondí demasiado seria.

—Mamá es una preocupona —dijo Diego tras sonreír—, aún hay tiempo.&

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