La villa Accardi brillaba esa tarde con las luces blancas encendidas desde la entrada principal hasta el último balcón. El jardín estaba adornado con arreglos de rosas blancas y doradas, y los invitados ya llenaban los pasillos mientras la orquesta tocaba discretamente de fondo, no habían escatimado en gastos para la ocasión.
Todo era grandioso, como correspondía a la celebración del cumpleaños número setenta de la matriarca, la temida y respetada "Nonna" Eleonore Accardi. Giovanni llegó con el gesto serio, acompañado de Marcella, que parecía disfrutar de cada mirada de aprobación que recibía por ser “la esposa perfecta”. Él, en cambio, sentía que cada paso lo llevaba directo a un campo de batalla. No quería fingir que su matrimonio era perfecto cuando estaban a las puertas del divorcio... Es más, ni siquiera sabía porque había aceptado llegar con ella si la abuela no la quería tanto. —Giovanni, al fin llegas —la voz firme de la abuela lo interceptó apenas cruzó el salón principal. Sentada en un sillón de respaldo alto, vestida de terciopelo azul oscuro, la mujer imponía respeto con solo mirarla—. Llegas justo a tiempo para no perderte la buena noticia. Marcella, con una sonrisa complaciente, se acomodó junto a él, como si estuviera esperando un premio. —Tu prima Jessica está embarazada de un varón —anunció la abuela, su mirada brillando con orgullo—. ¡Un varón, Giovanni! El apellido Accardi sigue fuerte. Saben que estoy contenta con otro miembro por unirse a la familia, sin embargo... Hubo aplausos entre los presentes, brindis, felicitaciones. Pero de inmediato, el rostro de la anciana se endureció. —Pero… ¿y tú? —se inclinó ligeramente hacia él—. ¿Hasta cuándo seguirás dándome excusas? Ya no eres un niño, Giovanni. Llevas más de cuatro años casado con Marcella y no me has dado un solo heredero. La incomodidad se palpó en el aire. Giovanni apretó la mandíbula, mientras Marcella se ruborizaba, fingiendo modestia. —Nonna, estamos intentándolo… —empezó ella, con voz suave para intentar tranquilizarla. —¡Intentándolo! —exclamó la anciana, golpeando el bastón contra el suelo—. Eso me decían antes, y sigo esperando. Se giró hacia todos los presentes, levantando la voz: —Si en esta familia no me dan una heredera mujer, tendré que resignarme a donar parte de mi patrimonio a la caridad. Y créanme, no me tiembla la mano. El murmullo de la sala se volvió un cuchicheo incómodo. Marina, la prima embarazada, bajó la vista con cierto alivio de no ser ella el blanco de la furia. Niña o niño, estaba haciendo más fuerte a la familia al traer otro miembro. Entonces fue Alessia, la hermana menor de Giovanni, quien rompió el silencio. Con una copa de vino en la mano y su habitual tono mordaz, dijo: —Quizás el legado femenino terminó conmigo, nonna. Nadie puede forzar a la vida a cumplir caprichos. Un silencio denso cayó sobre el salón. La abuela la miró con desaprobación, pero no respondió. Fue entonces cuando suspiró, con un dejo de amargura: —Y pensar que dejaste a Skyler… al menos ella lo intentaba. Ella quería darte un hijo más que nadie. El corazón de Giovanni se contrajo en el pecho. El nombre de Skyler flotó como un fantasma en el aire. Todos callaron, algunos incómodos, otros curiosos. Marcella bajó la vista, mordiéndose el labio, claramente irritada por la mención de la exesposa. Alessia, en cambio, sonrió con nostalgia. —Me pregunto qué será de ella… —murmuró, como hablando para sí—. Espero que esté bien. Giovanni no soportó más. Dio un paso atrás, con el ceño fruncido, y salió del salón sin decir palabra. Necesitaba aire, escapar de las miradas inquisitivas. En el jardín, respiró hondo, apretando los puños. No debía afectarle. No debía. Y sin embargo, el recuerdo de Skyler se le colaba en los pensamientos, inevitable. La veía sonriendo, luchando con fuerza por quedar embarazada, intentándolo una y otra vez a su lado por más doloroso que fuera. “¿Dónde estarás ahora, Skyler?”, se preguntó en silencio, odiando admitir que, en el fondo, él también quería saberlo.