5. Esa niña... tiene mis ojos

- CINCO AÑOS DESPUÉS -

El verano había convertido a Ravenshill en un mosaico de colores.

El puerto estaba lleno de turistas, y la librería-cafetería de Elliot se había expandido lo suficiente para que Skyler pudiera abrir una segunda sucursal en la ciudad vecina.

Cinco años… y tres pequeñas que ya no eran bebés, sino pequeñas tormentas con piernas.

Isabella, la mayor por apenas tres minutos, era la líder. Curiosa, decidida, con un genio que a veces recordaba demasiado al de Giovanni.

Mercy, la del medio, era la más dulce y observadora, siempre con un cuaderno donde dibujaba flores y casas de cuentos.

Rowan, la menor, era pura risa y travesura, incapaz de quedarse quieta.

Ese día, Skyler y las niñas viajaban a otra ciudad para una reunión de negocios. Era la primera vez que las trillizas pisaban un aeropuerto.

—¡Mamá, mira! ¡Un avión gigante! —gritó Rowan, jalando su mano.

Skyler sonrió, ajustando el sombrero de ala ancha que usaba para ocultarse un poco.

Siempre evitaba las miradas curiosas, aunque después de tantos años, el peligro parecía lejano… hasta que no lo fue.

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En la terminal, un hombre alto, vestido de traje oscuro, caminaba apresurado hacia su puerta de embarque.

Giovanni Accardi estaba en medio de una crisis empresarial y no pensaba en nada que no fueran números y contratos… hasta que las vio.

Tres niñas, aparentemente trillizas. Con el cabello color castaño recogido en un moño descuidado, atados con lazos de diferentes colores. Al mirar sus delicados rostros de perfil, sintió un vestigio de familiaridad en ellos.

Se detuvo en seco, observándolas reír, correr y pelearse por un peluche.

Y luego la vio a ella, quizás su madre.

Más hermosa que cualquier mujer que hubiera visto nunca, con una seguridad en su postura que le pareció atractivo, y una sonrisa en los labios que la hacía ver como una Diosa.

Entonces ella miro en su dirección. Aunque con esos lentes negros en el rostro era difícil descifrar si lo miraba directamente a él, se quedó sin aliento ante su belleza.

Y en ese instante, el ruido del aeropuerto desapareció.

Sus miradas se encontraron, para Skyler estuvo cargada de dolor, de heridas, de promesas rotas e ilusiones vacías. No esperaba encontrarse con su exesposo ese día. En realidad, no esperaba volver a verlo nunca más.

Pero fue Giovanni quien sintió cómo algo dentro de él se removía con inquietud cuando una de las niñas lo miró… y sonrió.

Porque en esa sonrisa vio algo que despertó su interés. Un único hoyuelo en la mejilla derecha, igual que el suyo.

El piso debajo de su pies se tambaleó ante esa visión, y comenzó a hiperventilar.

Esa niña tenía los ojos color Hazel. Eran como sus ojos.

Quiso acercarse, y dió un paso sin pensarlo.

Skyler no esperó a que se acercara.

Con una calma forzada, tomó a las tres de la mano y se dirigió a la salida del aeropuerto, sin volverse.

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Aún podía borrar de su mente ese momento tan especial del aeropuerto de su mente. Ni siquiera fue capaz de tomar su vuelo.

Giovanni suspiro, mirando los papeles frente a él. Poco a poco, sus negocios fueron cayendo hace cinco años.

Le costó muchísimo levantarlos después de la mala administración de su tío Roderick, pero gracias a la inyección de capital del padre de Marcella había logrado sobrevivir.

Solo que su matrimonio con ella no pudo sostenerse, y ahora vivían en casas separadas. Seguían legalmente casados, pero estaba esperando el momento para poder divorciarse.

Había perdido el embarazo y aquello fue un golpe a su corazón que lo derrumbó completamente. Bueno, si se le puede llamar "perder" a un embarazo psicológico.

Marcella nunca estuvo embarazada. Su mente creyó que sí, pero el día que debía dar a luz y ningún bebé vino al mundo... Todo se fragmento.

Había dejado ir a la mujer que un día amo por un embarazo psicológico. Aunque ella le hubiera hecho daño, y era el motivo de su desgracia... Llegó a creer que era el amor de su vida.

Hasta que la vio en brazos de otro hombre y comprendió que para ella siempre había Sido un cheque en blanco, y nada más.

Unos toques en la puerta lo sacaron de sus pensamientos.

—Señor, la señora Marcella está aquí. ¿La dejo pasar? —preguntó su secretaria con evidente preocupación en su semblante.

Suspiro con resignación. Él había dado la orden de que evitasen que ella entre sin antes avisarle.

—Está bien, que pase.

Instantes después su futura exesposa entró como un torbellino iracundo a su oficina.

—Querido esposo, ¿estás son formas de recibir a tu amada esposa? —Su voz estaba llena de dulzura.

Negó con la cabeza, alzando un dedo en el aire al verla hacer ademán de sentarse en sus piernas.

—Ni te atrevas. Estamos al borde del divorcio, Marcella. Así que ya puedes dejar de llamarme "Querido esposo" —espetó con frialdad.

Ella hizo una mueca llena de ira.

—Estoy tratando de salvarlo. ¿Puedes dejar de ser tan estoico y cruel conmigo?

Él ladeó la cabeza.

—No sabía que ser cruel era un pecado tan grande como ser infiel. ¿Qué pensaría tu entrenador de yoga? —atacó con el veneno en su voz.

Fue lo suficientemente astuta como alejarse unos pasos.

—Ya te lo dije, ese imbécil me drogo. Yo jamás me hubiera... No hubiera dormido con él de no ser por eso.

La risa que soltó Giovanni resonó en el lugar como un eco.

—Ojalá hubieran solo dormido, ¡te acostaste con él... en nuestra propia cama! —gritó con rabia apenas contenida—. Así que perdóname si no tengo muchas ganas de volver a tocarte y retomar nuestro matrimonio. Estás sucia ahora, yo no toco nada que otro hombre ya haya tocado. ¿Entiendes?

Marcella frunció los labios y colocó sus manos en las caderas con ímpetu.

—¡No olvides a quien le debes todo lo que tienes! Ibas a perderlo todo, ahora mismo estarías en la calle de no ser por mi padre —exclamó fuera de sí.

—Y gracias a eso no te mandé al psiquiatra y solicité el divorcio cuando tu embarazo resultó ser mental. ¡Te he dado una buena posición por cinco años! Ya pague con intereses tener que soportarte, con razón tu padre tuvo que pagar para que alguien aceptara casarse contigo. —Se levanto de su asiento y abotonó sus gemelos con maestría—. Si me disculpas, futura exesposa, tengo que reunirme con tu padrote... Digo, con tu padre. Para cerrar todo lo que nos ata.

Sin decir más, salió de su oficina y la dejo ahí, parada como una estatua incapaz de refutar su argumento.

Temblando, dijo:

—Esto no se acaba hasta que yo quiera, querido. ¿Quieres dejarme? ¡Quiero ver que lo intentes!

Tomando su teléfono, hizo una llamada.

—¿Cómo puedo conseguir un hijo de mi esposo?

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