El taxi la dejó frente a una estación de tren en las afueras de la ciudad. Era de madrugada, y el cielo todavía guardaba el gris oscuro de la noche.
Skyler bajó con su maleta pequeña y un sobre con sus documentos. No había despedidas, ni abrazos, ni un lugar al que volver. Todo lo que importaba estaba en su vientre, creciendo en silencio. Oficialmente comenzaba su nueva vida, divorciada y embarazada. —Como si de un libro de mal gusto se tratase —chasqueo la lengua con desdén. Sacó el boleto que había comprado en efectivo, sin dejar rastro. Destino: Ravenshill, una ciudad costera donde nadie conocía su nombre ni su historia. Mientras esperaba en el andén, se envolvió más en su abrigo. No pensaba en lo que dejaba atrás, sino en lo que debía construir. Lejos de los Accardi. Lejos de Giovanni y su amante embarazada. Ravenshill la recibió con un aroma a sal y café recién hecho. Pequeñas casas de madera, calles empedradas y un puerto con barcos meciéndose perezosamente sobre el agua. Todo parecía tranquilo, y se sintió aliviada de que ahí nadie supiera nada sobre la traición de su esposo y su reciente divorcio. Encontró una pequeña habitación en una pensión regentada por una anciana llamada Margaret, de cabello blanco y sonrisa cálida. —Aquí nadie pregunta demasiado, querida —dijo la mujer mientras le entregaba la llave—. Solo necesitamos saber si vas a pagar a tiempo. Skyler sonrió por primera vez en días. —Siempre. No tienen nada de qué preocuparse. Durante las semanas siguientes, buscó trabajo. Terminó ayudando en una pequeña librería-cafetería, un lugar acogedor con olor a tinta y chocolate caliente. Su jefe, Elliot, un hombre de mediana edad con gafas torcidas, no preguntó por su pasado. Su hija, Becca, era bastante amable con ella y agradecía por eso; si que necesitaba la compañía joven y femenina. El embarazo avanzaba lentamente, pero sin complicaciones. Gozaba de una excelente salud. Cada noche, al recostarse, Skyler se acariciaba el vientre y les hablaba a sus bebés. —Seremos solo nosotros, y estaremos bien —susurraba. Jamás se habría imaginado que ese puerto pesquero y tranquilo sería el escenario donde aprendería a ser madre… y donde comenzaría a tejer la nueva versión de sí misma: la mujer que un día fue despreciada por su exesposo, desaparecía para dar paso a una mejor versión de sí misma. Todo sea por ellas. ──────༻❀༺────── El invierno había cubierto Ravenshill con una manta de nieve fina. Aunque el médico le había dicho que no llegarían en enero, sino a finales de noviembre por ser embarazo múltiple, se asustó al darse cuenta de qué tan pronto llegarían sus bebés. La librería-cafetería estaba cerrada y las calles silenciosas, cuando Skyler sintió la primera contracción. No era como lo describían en los libros, en lo absoluto. O al menos no había sucedido así con ella, porque aquel no era un dolor suave y progresivo... Era una ola arrolladora que la dejó sin aire y le saco alaridos de dolor. Margaret, la anciana de la pensión, fue quien la encontró doblada sobre la cama al escuchar sus gritos. —¡Dios mío, muchacha! Vamos al hospital, ya mismo. Sin darse cuenta como, porque estaba perdida en el dolor que sentía, ya habían llegado. El hospital de Ravenshill era pequeño, con paredes color crema y el aroma a alcohol desinfectante que Skyler tanto detestaba. Pero esta vez, el miedo se mezclaba con una extraña emoción. Horas después, los llantos llenaron la sala de partos. Primero una. Luego la segunda. Y finalmente, la tercera. Aquello fue un milagro aún más sorprendente si era posible. ¡Sus hijas habían nacido naturalmente! Como si ellas supieran que no les convenía nacer por cesárea en un pueblito sin el suficiente equipo médico. Tres pequeñas vocesitas, débiles pero firmes, reclamando su lugar en el mundo. —Son hermosas… —murmuró la recién convertida madre, con lágrimas en los ojos. Porque esa noche no solo hubieron tres nacimientos, sino cuatro: el de las trillizas, y el de Skyler como mamá. Ella apenas podía sostenerlas todas a la vez, pero lo intentó. Tres diminutas cabezas cubiertas de suave cabello castaño claro, como el de ella, pero con suaves ondulaciones como su padre. Ahora tenía a tres pares de manitas buscando calor. Tenían misma piel trigueña y los ojos hazel idénticos a su padre... Eran una perfecta y hermosa combinación. El médico sonrió. —Las tres están sanas. No es común que un parto de trillizas vaya tan bien. Skyler sintió que algo dentro de ella se recomponía. Quizá su matrimonio había muerto. Quizá había sido humillada, despreciada y abandonada. Pero estas tres niñas… eran su victoria. Eran la prueba de que nunca fue “estéril, infértil”. De que sí podía traer vida al mundo, y ¡vaya que lo hizo por partida triple! Eran la promesa de que jamás volvería a permitir que alguien la destruyera. —Bienvenidas, mis milagros —susurró, con lágrimas rodándole por las mejillas—. Nadie va a lastimarlas. Lo juro. ─────༻✧༺───── Los primeros meses fueron un torbellino. Biberones, pañales, noches sin dormir y risas intercaladas con llantos. Skyler se convirtió en experta en hacer todo con una sola mano mientras con la otra sostenía a una de las bebés. Margaret, Elliot y Becca se turnaban para ayudarla. Incluso algunas amigas de Becca venían para echarle una mano. En Ravenshill, todos conocían a “las trillizas de Skyler”, pero nadie sabía nada sobre su padre, ni preguntaba por este. Y así debía seguir. Había decidido que sus nombres debían de ser lo que ellas fueron: un milagro. Isabella, Mercy y Rowan. Y su exesposo jamás sabría de ellas... o eso esperaba.