El reloj de la cocina marcaba las 7:15 a.m.
Quedaban nueve días. Nueve días para empacar tres años de vida y marcharse como si nunca hubiera existido. Ya había consumido casi el mes de gracia que su beneplácito marido le había dado. Logró elegir su destino, vender todo su guardarropa lleno de vestidos de diseñador e incluso un collar que Giovanni le había dado en su primer aniversario de bodas, su primer y único regalo. Skyler removía el té sin tomarlo, mirando el líquido girar como si pudiera hipnotizarla y arrancarle la ansiedad del pecho. El mareo que llevaba sintiendo desde la madrugada volvió a golpearla, obligándola a apoyarse en la mesa. «Debe ser el estrés», se dijo, tratando de calmarse. Pero una vocecita persistente en el fondo de su mente le susurraba otra cosa. Suspiró y tomó el teléfono. Marcó el número de la clínica. —Buenos días… ¿tienen disponible una cita para hoy? Sí, con el doctor Vassallo. ─••❀••─ La sala de espera olía a un aromatizante que le daba arcadas. Frunció el ceño. Jamás había sido tan quisquillosa. Skyler, con el abrigo gris y las manos entrelazadas, miraba el suelo mientras su pierna temblaba de forma automática. Recordó todas las veces que había estado ahí, siempre esperando la misma noticia, siempre recibiendo la misma decepción. El doctor Vassallo la recibió con una sonrisa profesional. —Señora Donovan, ¿qué la trae hoy? —He tenido mareos y… retraso. Sé que probablemente no sea nada, pero… —no terminó la frase—. Prefería saber qué es lo que tengo y solucionarlo antes de marcharse de la ciudad. El médico asintió y comenzó la revisión. Veinte minutos después, ella estaba sentada frente a él, observando cómo hojeaba los resultados. —¿Quiere que le diga la noticia buena o la excelente? —preguntó el doctor, levantando la vista. Skyler parpadeó, confundida. No esperaba recibir buenas noticias, al contrario: quizás un cáncer si le iba mal o una enfermedad autoinmune. —¿Noticia… excelente? Él sonrió. —Está embarazada, señora Donovan. Y no de uno… sino de tres. Trillizos. El mundo se detuvo. Skyler abrió la boca para hablar, pero ninguna palabra salió. Su corazón latía tan fuerte que apenas escuchaba lo demás. —Los tres bebés están bien. Es un embarazo múltiple, así que requerirá más cuidados, pero por lo que veo… está de unas tres semanas. Tres semanas. Justo… la noche que Giovanni llegó ebrio. Su garganta se cerró. Una risa ahogada, mezcla de incredulidad y dolor, escapó de sus labios. Justo ahora que su matrimonio se había extinto por completo, había logrado concebir no solo a un bebé... ¡Si no a tres! Desde luego que el destino era cruel y despiadado con ella. De camino a casa, la lluvia golpeaba el parabrisas como si quisiera borrar todo el pasado. Acarició su vientre, aún plano, y murmuró: —Nadie… nadie les va a hacer daño. No le diría nada a Giovanni. No permitiría que su pequeña tríada milagrosa —porque en su corazón eso es lo que eran— crecieran bajo el yugo de los Accardi. Le quedaban nueve días. Nueve días para desaparecer… y renacer en otro lugar con sus bebés. ─••❀••─ El tiempo no perdonaba, pensó Skyler mientras respiraba hondo. Se había llegado el día pactado para el final de su infeliz matrimonio. Podía ver en él la ansiedad por terminar con aquello mientras se acercaba con un deliberado paso lento ¿Qué haría él si supiera que estaba a punto de perder algo tan valioso? Que ella le quitaría tres pequeños tesoros y nunca lo sabría. Apenas logró evitar la sonrisa de triunfo que quería asomar por sus labios. El salón principal de la mansión Accardi estaba frío, demasiado frío. La chimenea apagada, las cortinas cerradas y el aire denso hacían que cada paso de Skyler sonara como un eco definitivo. Sobre la mesa de cristal, el documento esperaba. Doce páginas que resumían tres años de matrimonio, de ilusiones rotas, de noches vacías. Giovanni estaba de pie, de espaldas a ella, mirando por la ventana. No se giró cuando escuchó sus pasos. —¿Lo has leído? —preguntó con esa voz grave, cortante, que no admitía réplica. —Sí —respondió ella, colocándose frente a la mesa—. Está todo claro. Él se acercó, tomó la pluma y la dejó frente a ella. —Fírmalos, Skyler. Cuanto antes terminemos con esto, mejor. Skyler sostuvo la pluma entre los dedos. Sintió cómo el metal frío le helaba la piel. Retuvo las ganas que tenía de llevarseas manos al vientre para proteger a sus bebés de lo que sucedería a continuación. Firmó. Una rúbrica firme, sin temblores, porque no le daría el gusto de verla quebrarse. Así se destruía la familia que pudieron haber sido, si tan solo él hubiera esperado un poco más. Pero la paciencia no era un don que poseyera Giovanni Accardi. Su ahora exesposo tomó los papeles, los revisó y los guardó en una carpeta. —Mañana vendrá alguien a recoger tus cosas —dijo, sin mirarla. Ella negó con la cabeza, apenas pudiendo permanecer un segundo más en ese lugar que había sido testigo de su desdicha. —No hará falta. Ya tengo todo listo. Me voy hoy. Eso sí lo sorprendió. Sus ojos se alzaron hacia ella, fríos, pero con un destello de desconcierto. —¿A dónde? —No es tu problema. —Hubo un silencio incómodo. Por un momento, ella creyó ver una sombra de duda en su rostro, pero desapareció tan rápido como llegó. Skyler caminó hacia la puerta con la maleta pequeña que había dejado junto a la entrada. No volteó. Si lo hacía, tal vez la fuerza que había reunido se derrumbaría. Quería irse con su dignidad intacta. Al abrir la puerta, sintió la ráfaga de aire fresco y con ella… libertad. Subió al taxi que la esperaba, abrazando con disimulo su vientre. Mientras el coche se alejaba, la mansión Accardi se hizo cada vez más pequeña en el espejo retrovisor. Era el final de un capítulo. Y también era el inicio de otra historia. ¿Cómo terminaría ahora? Eso era una incógnita. Pero ahora era libre para escribir las próximas páginas. Ya no era Skyler Accardi. Era solo Skyler Donovan, y estaba ansiosa por descubrir quien podría ser sin las cadenas que la retenían.