17. Hilos oscuros
La bata blanca del obstetra contrastaba con la fría luz del consultorio. Marcella, recostada en la camilla, sonreía con fingida dulzura mientras la máquina proyectaba la imagen en blanco y negro del pequeño ser que crecía en su vientre. Giovanni, de pie junto a ella, observaba la pantalla con los brazos cruzados, el ceño profundamente fruncido.
—Míralo, amor —dijo Marcella, acariciándose el vientre con teatralidad—. ¿No es hermoso?
El médico asintió, señalando con el dedo.
—Aquí está el corazón, latiendo con fuerza. Todo marcha muy bien.
Giovanni inclinó la cabeza, sus ojos miel clavados en la forma apenas visible. Su mandíbula se tensó.
—¿De cuánto tiempo dijo que estaba, doctor?
El obstetra consultó el historial.
—Casi de siete semanas.
Giovanni apretó los dientes. La noche de borrachera con Marcella había ocurrido hacía dos meses. Dos meses exactos.
¿Por qué el feto se ve más pequeño?
—¿No debería verse más desarrollado a estas alturas? —preguntó con dureza.
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