capítulo 4

Las cortinas abiertas permitían que el apagado sol de enero resbalara sobre la mesa de madera,

que reposaba en el ángulo izquierdo de la amplia oficina, y sobre los diferentes sillones que la

escoltaban: dos sillas pastilli

5

amarillo chillón, dos K-tuoli

6 de color beige y varias poltronas

azul rey, diseñadas por Matti. La escena revelaba el estilo abigarrado y expresivo que al director

de art & viiva tanto le gustaba. —Adoro este sillón —aseguró Tommi mientras acomodaba con soltura su larga y desgarbada

figura en el asiento. Sonrió y deslizó sus manos a lo largo de los reposabrazos, tomándose su

tiempo con un suspiro de placer. Después, se inclinó y cogió una de las chocolatinas Fazer que su

jefe mantenía sobre el centro de la mesa para el consumo de sus clientes o empleados. —Continuemos, Tommi. —La voz grave de John cortó el aire. —Vamos, John, no seas gruñón. —La sonrisa se borró del rostro de Tommi.

Inhalando una bocanada de aire, el director de art & viiva aligeró el tono de su voz. —Lo siento. ¿Cuál es la opinión de Matti? —Él está de acuerdo conmigo, jefe —respondió, abriendo el bombón—. Nos preocupa que no

tenga la experiencia laboral suficiente. —Ha dirigido una empresa en su país. —Vamos, John, estoy hablando de experiencia en el campo del diseño, y de todo lo que

engloba su producción. La chica tiene ideas muy originales, pero nunca se ha enfrentado a la

presión de participar en un gran proyecto. —Se tragó la chocolatina y se irguió para dar impacto a

sus palabras—. La empresa que dirigía era muy pequeña, además, nunca ha trabajado en Europa.

¿Y… cuánto tiempo crees que se quedaría con nosotros? ¿Un año, dos quizá? Está estudiando un

máster, jefe, ¿cómo podría hacerle frente a tanta presión?

Sin reflejar su desilusión, Mika insistió: —¿No crees que una persona como ella, extranjera, traería frescura, alegría y pasión al grupo

de diseño si nos organizamos para que trabaje menos de media jornada? —Sí, es posible, pero tú sabes que no podemos permitirnos dos asistentes de diseño. No

quiero aburrirte recordándote el salario, gratificaciones y consideraciones que la compañía debe

tener con cada empleado; incluso con uno que trabaje menos de media jornada. En otra época,

quizá hubiera sido posible, pero estos son tiempos difíciles, jefe.

La amalgama de sentimientos encontrados, entre la razón y los deseos, se agitó más que nunca

en la fogosa alma de John. Deseaba pasar por encima de la política democrática de la empresa y

contratar a Monica, sin dilación ni excusas, pero la sensatez le decía que no era buena idea

enfrentar a la chica a la responsabilidad que se le vendría encima. No quería que se quemara.

Tenía talento y merecía una oportunidad. Una lástima que su empresa no pudiera brindársela.

Tampoco sabía si él podría controlar lo que su presencia le despertaba en caso de tenerla todos

los días a su alcance.

Había entrevistado a los otros ocho candidatos, y ninguno le había gustado de forma particular.

Sin embargo, el día de la verdad había llegado, y antes de concluir los deberes laborales de aquel

viernes, el equipo de art & viiva debía llamar a la persona que se incorporaría la próxima

semana. —Muy bien, ¿y cuál es el candidato que Matti y tú han seleccionado? —Ville Lehtinen. —Tiene experiencia y sus ideas son buenas, pero… aparentemente tiene el mismo carácter

volátil que Matti. Eres consciente de que esos dos nos volverán locos, ¿verdad? —aseveró John.

Con una sonrisa socarrona, Tommi respondió: —Sí, pero el chico es diligente; su jefe anterior corroboró su responsabilidad y compromiso

en el trabajo. —Muy bien, llámalo. Que empiece la semana que viene.

Una extraña desazón lo recorrió. Sin una palabra más, deslizó sus manos sobre las ruedas de su

silla y, despacio, se acercó a la ventana. —Bien, jefe. —Restándole importancia al ensimismamiento de John, antes de retirarse Tommi

cogió otro bombón.

Escuchó el suave clic de la puerta al cerrarse mientras contemplaba los tejados de la calle

Vironkatu rociados por la nieve.

Estaba hecho.

No la volvería a ver.

Su vida continuaba como estaba. Aquella certeza dejó una sensación descolorida en su alma.

El sonido del móvil interrumpió sus cavilaciones: era su amiga Sanna. —Hei, Sanna. —Hei, guapo, ¿cómo estás? Hace días que no sé de ti, ¿en dónde te has metido?

Sanna Lund era una talentosa profesora de danza a la que había conocido hacía seis meses, en

un grupo de baile para personas con discapacidades motoras al que se había apuntado para

mejorar la coordinación de los movimientos de su cuerpo y… para divertirse. Cuando terminó el

trimestre, Sanna se había ganado su simpatía, y se habían reunido de tanto en tanto para charlar.

Fue una agradable sorpresa escuchar su voz, y por unos minutos, olvidó la cantidad de trabajo

que tenía por delante. —Lo siento, Sanna, he estado muy ocupado. ¿Cómo te encuentras? —Fenomenal; he pasado unos días en San Petersburgo, en unas jornadas de danza. Ha sido

maravilloso. —Qué interesante, tienes que contarme todos los detalles.

Disfrutaba de la ingeniosa y cálida compañía de Sanna. De madre rusa y padre Estonia sueco

hablante, gozaba de una atractiva y sofisticada formación cultural que compartía con John. El

amor por el arte, en especial por la danza y la música, les había dado a ambos tela para enzarzarse

en placenteras conversaciones. Había percibido la atracción de Sanna hacia él, pero, aunque era

una mujer hermosa y le gustaba, no tenía la intención de involucrarse en una relación con ella.

Con nadie.

La imagen de la señorita Monica irrumpió en sus pensamientos, como mofándose de él. Molesto,

la hizo a un lado y se concentró en lo que Sanna le decía. —Entonces, ¿qué te parece si nos reunimos esta tarde y nos tomamos una copa de vino o

cenamos? —Lo siento, Sanna, desafortunadamente, hoy no puedo, y este fin de semana quiero solucionar

algunos asuntos pendientes.

Sí, le haría bien salir y distraerse con ella, pero esa tarde y el sábado planeaba analizar los

informes que le había enviado el director de la sede que art & viiva poseía en la ciudad de

Tampere, y el domingo almorzaría con algunos colegas. —Ah… —Su voz sonó desilusionada—. Pero a esto no podrás negarte —insistió—: el

próximo viernes, la embajada de España ofrece un concierto de guitarra clásica. Como sé que te

encanta, me gustaría que me acompañaras.

Su corazón se enterneció ante la amable intención. —Muchas gracias, Sanna, acepto encantado. —Una sonrisa suavizó sus facciones. Levantó la

vista cuando Tommi regresó. —Tienes una llamada de Londres —le informó su asistente.

Impaciente por continuar con su trabajo, quiso cortar, pero antes, con su natural caballerosidad,

se aseguró de recompensarla por su invitación. —Discúlpame, Sanna, debo colgar. Nos vemos el próximo viernes, entonces. Pasaré a por ti, y

después del concierto te invito a cenar. —Muy bien, guapo, nos vemos el viernes.

Cortó.

El resto del día, la mente de John se sumergió en el trabajo. No así su corazón, que de tanto en

tanto le hablaba de un vacío que su mente no lograba descifrar. Se sintió tan frustrado y de tan mal

humor que abandonó la oficina más temprano para descargar su tensión nadando en la piscina y

recibiendo una relajante sesión de masaje terapéutico.

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