RAYO DE LUZ EN INVIERNO
RAYO DE LUZ EN INVIERNO
Por: Jureika cadevilla
capítulo 1

Lo veía en las noches, cuando descansaba en la almohada junto a él; lo veía cuando abría los

ojos por la mañana, y mientras se vestía para salir, lo sentía en su piel atraves del aire cuando no estaban juntos, Era una mezcla de Amor y deseos sin fin.

Lo sentía en todas partes. Sentía sus manos recorrer con pasión su cuerpo. Sentía su

respiración acelerarse con brío cerca de su oído. El dulce anhelo con que él le hacía el amor la sorprendía era una entrega sin limites sin prejuicios. Cerró los ojos, trastabilló. El

arrebato de su rostro y el brillo en su mirada, como corindones azules, demostrándole cuánta satisfacción le producía amarla, aún la sorprendían. Pero todo era demasiado.

Aquel amor era demasiado bello para ser verdad. Ese torbellino amoroso que había experimentado se disolvía, desdibujaba y se perdía entre una dolorosa niebla de dudas y amarga sonrisa. Buscó con desesperación cualquier certeza distinta al desamor que

justificara el comportamiento distante de él, Ya no era ese hombre tan apasionado del cual ella se habia enamorado profundamente pero el corazón herido de la mujer que había sido

repetía que el adiós se acercaba, era el fin de ese amor.

Los hombres tenían muchas maneras de decir adiós. Suponía que él se había cansado de ella; una vez pasada la novedad, no era un trofeo que ganar. Al cazador lo enardecía la caza, no la presa. La mano le tembló; la bajó y trató de mantener los volantes de la falda en su sitio. El dolor que sentía era un lastre que le impedía caminar erguida, sentia con cada paso que daba que su corazó era taladrado cada vez mas.

Llegó ante la enorme puerta que, como un gigante atento, custodiaba el edificio donde

trabajaba. Pulsó el código y esta, al reconocerla, la dejó pasar. Se adentró en el corredor.

El ensordecedor silencio sonaba a presagio.

¿Por qué pensaba tantas tonterías?

Sus pisadas la acercaban al taller, pero un tenue susurro de voces la alertó. Se detuvo. Sintió

miedo mucho.miedo. El imperceptible gemido y el roce de una prenda la hicieron proseguir. Con sigilo, se dirigió hacia la sala de juntas.

Su corazón empujaba con violencia contra su pecho estaba acelerado como un auto. Quiso volverse y salir corriendo de aquel lugar, pero una fuerza extraña la instaba a descubrir lo que estaba pasando, debia quedarse y ver con sus propios ojos lo que estaba sucediendo.

Se aproximó a la puerta que vio entreabierta. Tuvo una premonición.

Quería huir. Quería continuar. Quería encontrarse por fin con la verdad.

Llegó ante la hebra de luz que arrojaba la abertura de la puerta, y entonces lo vio. La claridad que inundaba la oficina desveló todas las pruebas: el hombre, que estaba sentado, sostenía sobre sus piernas a una mujer con un inolvidable y largo pelo rubio. Esta lo abrazaba y lo besaba con apremio, se notaban muy felices.

¿La abrazaba él?

Sí, lo hacía. Sus manos constreñían con fuerza los brazos de ella.

Susurros al viento. Besos llenos de ternura. Un corazón que se quebraba y sangraba. Nada más, pero eso fue todo para demoler las esperanzas de la joven que observaba.

Sus piernas se negaron a funcionar, se sentía desplomada. Desesperada, trató de moverlas antes de que ellos la vieran. Los dedos de él asieron el rostro de la mujer con delicadeza, acariciándola suavemente, ajeno a todo lo que lo rodeaba. Fue entonces, sin saber cómo, cuando sus pasos la llevaron hasta la salida, a la encapotada mañana.

El viento apagó la última llama de su alma y su corazón, Congelando, perdiendo todas las esperanzas no dejó de agitarse de dolor.

Necesitaba gritar.

Necesitaba llorar.

Necesitaba coserle un par de alas a esa pena y dejarla remontar al firmamento.

Con mucho dolor en su alma se marchó de aquel lugar.

John levantó la vista y parpadeó sorprendido: no había visto una cosa tan bonita en toda su vida como la que se encontraba frente a él. Sin dar crédito, sus ojos caminaron con parsimonia por todo el cuerpo de aquella pequeña mujer que era tan hernosa como una flor de primavera. Subió hasta su rostro y se encontró con un par de preciosos iris color obsidiana.

Su corazón parpadeó también, se detuvo y redobló una carrera sin control. No era el hombre que solía ser, y jamás volvería a serlo, sin embargo, fue consciente de que lo que latía entre sus piernas aún no estaba muerto.

Aquel viernes había prometido ser un día como todos los demás, con una pequeña diferencia en su agenda: realizar una entrevista como un favor especial a Luna, su exprometida y amiga. Algo rápido y simple, y quizá hasta aburrido. Molesto, había interrumpido la revisión de un importante informe en el ordenador para revisar el currículo de la persona a la que recibiría. El intenso dolor en la zona baja de la espalda, y en partes que no sentía de sus piernas, lo había martirizado toda la

mañana. Impaciente, se había pasado una mano por sus cabellos, color oscuro, en un

esfuerzo por evitar en su rostro cualquier desliz que dejara entrever que aquel dolor lo perturbaba, aun cuando nadie lo observaba.

A las diez en punto, el suave toque en la puerta de su oficina lo había hecho alzar la vista.

—Adelante.

—¡Hei ,John! Aquí está Monica Dip.

—Gracias, Tomas.

Había mirado a su asistente personal y retornado con indiferencia los ojos hacia los apuntes que tenía sobre su regazo, sin fijarse en la persona que Tomas había dejado entrar. El imperceptible sonido de la puerta al cerrarse le dijo que su colega había partido. La reducida luz de la nieve, que entraba por la ventana, se abría paso y se desperezaba sobre los dos cómodos sillones, de un extraño diseño moderno, que descansaban con el mismo estoicismo que él, aunque

no había habido nada de estoico en lo que aquella mujer le había hecho sentir cuando la miró. No creía en el amor a primera vista. Tampoco creía que alguien estaba destinado para él, lo que algunos románticos llamaban almas gemelas. No lo buscaba, ni lo esperaba, pero tuvo la inquietante sensación de que su vida, que ya había sufrido un antes y un después tras aquel terrible accidente, tendría un antes y un después a partir de ahora.

La miró con fijeza en tanto la adrenalina comenzaba a trabajar en su cuerpo, como cuando bajaba en picado por la blanca pendiente de una pista de esquí. Disimuló con éxito sudesconcierto y, con esa elaborada frialdad de la que echaba mano de forma recurrente, la saludó.

—Good morning, señorita Dip.

—Good morning, señor…

—John, John Fischer. Nice to meet you.

Quiso ponerse de pie, acercarse y saludarla con cortesía, pero no podía, así que, con

movimientos medidos y pausados, le ofreció la mano para que ella se aproximara.

—Nice to meet you.

—Fue hasta él, le tendió su pequeña mano y… ¿Qué era eso? Dos

hermosos hoyuelos iluminaron su sonrisa. Se estremeció. Soltó la mano con rapidez. Ella dio un paso atrás y miró vacilante alrededor.

—Puedes colgar tu abrigo en la percha que está a tu espalda.

—Muchas gracias.

Dio un respingo ante el curioso acento.

Con movimientos muy femeninos, la mujer colocó la chaqueta en la peculiar figura que actuaba como perchero y se colgó de nuevo el bolso grande que llevaba consigo sobre el hombro. Vio que observaba el entorno con curiosidad. Imaginó lo que pasaba por su cabeza. Su oficina constituía

una colección de diseños exclusivos de arte muy modernos. Objetos, muebles… La mayoría habían sido creados por su equipo de diseñadores que eran muy reconocidos, y alguno que otro, gracias al talento de sus compatriotas.

Algunos modelos no habían gustado, otros habían sido catalogados como poco útiles para la venta, y otros, demasiado caros, pero él los había escogido poco a poco y rescatado para aquel santuario privado donde pasaba la mayor parte del día y del año, especialmente desde…, bueno,

desde el accidente.

—Siéntate y ponte cómoda.

—Señaló el sillón delante de él.

Sus largas, hermosas y bien torneadas piernas, enfundadas en unas medias de lana muy fina, quedaron enfrente de él. Juntó sus rodillas, descolgó el bolso, lo colocó en el espacio que dejaba el sillón y posó las manos en su regazo, como una niña regañada a la espera del castigo del profesor. Una dulzona mezcla de flores se coló por la nariz de John. Bendito sea. Se aseguró de encontrar sus ojos; quería constatar una vez más el color. Sí, como la salvaje belleza de una noche en la selva africana iluminada. El encanto de lo inesperado, que había experimentado en sus correrías por África cuando era joven, titiló. Aprehendió su mirada, uno, dos, tres segundos, con la confianza de que la suya no exudaba ningún tipo de emoción. Ella, con gestos delicados, acomodó dos hebras de sus cabellos negros en la curva de la oreja. Sus dedos temblaron. Estaba nerviosa. No quería tranquilizarla, y no sabía por qué. Sin embargo, para romper el hielo e iniciar la entrevista, le preguntó con voz impasible:

—¿Todavía nieva ahí fuera?

—Sí, sí, bastante. Me costó ver por dónde caminaba.

—¿Encuentras difícil el invierno de Estonia?

—Bueno, sí, pero me gusta. —¿Es tu primer invierno aqui en Estonia?

—Sí, señor.

—John, por favor.

—Sí, señor, digo…, John.

Esperó a que ella añadiera algo más, pero como no lo hizo, continuó.

—Háblame de ti.

—Bueno, soy mexicana. Me gradué en un colegio bilingüe en D.F, la ciudad donde crecí y

residí toda mi vida. Siempre me gustaron el arte y el diseño, y decidí estudiar artes plásticas. Después de graduarme empecé a trabajar en una empresa de decoración llamada Muebles y Adornos, que en inglés significa algo así como furniture and ornaments.

Guardó silencio, como solo los Estonio suelen hacer, y escuchó con atención, analizando

con deleite las expresiones en el rostro de la señorita Dip, aunque si alguien lo hubiera podido observar, no lo habría adivinado.

—Comencé como vendedora. Lo fui durante un año. Después pasé a ser la asistente del

administrador, cargo en el que estuve siete años, y, cuando mi jefe se retiró, me nombró

administradora, cargo en el que permanecí hasta que renuncié para venir a estudiar a la

Universidad de Aalto.

—¿Por qué quieres trabajar aquí?

—Porque me interesa el propósito de la compañía; quiero decir, me fascina el diseño de interiores en madera y me gusta el énfasis que pone esta empresa en crear productos que compaginen con la protección del medio ambiente.

—¿Qué sabes de nuestra firma?

—Que es una sociedad, que fabrica muebles, que se especializa en diseños exclusivos en madera; que les interesa la producción de objetos domésticos, bellos, simples pero, sobre todo, funcionales. Que es una empresa que está creciendo y que goza de buena reputación a nivel nacional y en Europa.

Impresionante, la chica se había documentado bien. La sangre en sus venas se agitaba cada vez más, y aquello no le gustó.

—¿Qué tipo de modelos creaste para el sitio donde trabajabas?

—Bueno…, en realidad, solo me dediqué a la administración de la mueblería… Fui la mano

derecha de mi jefe antes de que él se retirara. Lo fundamental para mí fue encontrar y contratar pequeñas fábricas que realizaran diseños innovadores, exclusivos, para surtir el catálogo de ventas de mi... de la tienda.

—Sus ojos esquivaron a los de John cuando terminó—. Cumplir con los encargos y mantener en un buen nivel el flujo de ventas, además del manejo del personal, ocupaba todo mi tiempo.

De pronto, el irracional deseo de advertir en aquella mirada algún vestigio de que era

consciente de él como hombre lo acució, y no le hizo ninguna gracia.

—Y según eso, con toda esa energía concentrada en la administración del local, ¿en qué porcentaje se incrementaron las ventas desde que tú empezaste a liderarlo?

Sabía que era una pregunta injusta e innecesaria, puesto que él sabía muy bien que se necesitaban entre unos nueves y diez años para percibir un incremento sustancial en las ventas, y ella solo la había liderado, ¿cuánto?, ¿dos años? Y, por si fuera poco, su respuesta no resultaba relevante para el cargo al que se presentaba. Un capricho perverso lo empujaba a desestabilizarla.

Quería… No sabía qué quería, pero lo que esa mujer despertaba en él no lo podía asimilar ni

controlar.

—Bueno, quiero decir…, la mueblería incrementó un poco las ventas. Me- sentí orgullosa de intentar mantener el nivel que mi exjefe dejó

—contestó, sosteniendo de forma valiente el contacto con los ojos de Jonh mientras un enérgico rubor avivaba el color de su piel.

Descolocado, John lo encontró tan erótico que la atacó con sus palabras:

—El porcentaje exacto. —No lo recuerdo exactamente…

—manifestó casi sin voz.

—¿No lo recuerdas con exactitud, Monica? ¿Fuiste la administradora de ese establecimiento

o no lo fuiste?

—No tenía por qué mostrarse tan rudo, ¿qué era lo que le pasaba?

—Sí, señor. Cerré… con pérdidas el primer año, pero el segundo mejoró sustancialmente.

—Pestañeó mortificada.

—¿Qué estrategias utilizaste para incrementar el porcentaje?

—Mejoré la atención al público capacitando a mis empleados, digo, exempleados, y traté de

encontrar más talleres que diseñaran y fabricaran sus propios modelos de madera en cantidades limitadas. Busqué diseños, es decir, traté de darle fuerza a los diseños exclusivos. Creí…

—carraspeó

—, verá usted, señor Fisch… John …, busqué establecer más contratos con pequeñas empresas con diseños innovadores…

Se quedó sin voz y, por unos segundos, el agudo silencio fue perturbado por la agitada

inhalación de ella y el roce del puño de la camisa de John sobre el papel en el que escribía.

Levantó la vista y, con la fijeza de un águila cuando se dispone a atacar, le preguntó:

—Monica, háblame un poco de la estrategia publicitaria que utilizaste para incrementar las ventas, porque, como líder, me imagino que tuviste en cuenta la importancia de dicha estrategia, ¿no?

—Sí, verá usted, hum, Jonh.

—Apretó con fuerza sus manos entrelazadas

—. Diseñamos una campaña publicitaria, pero pensamos que… considerando los altos precios, nos llevaría un largo tiempo incrementar las ventas sustancialmente; quiero decir, hubo algunos clientes inesperados…

Bueno, la estrategia que intenté, con mi equipo, estuvo enfocada en mostrar que el lujo puede ir de la mano de la comodidad.

—¿Lo intentaste, Monica, o lo hiciste?

—Lo hice, señor, digo, John.

El púrpura que encendía su rostro se le antojó como el púrpura de las fresas silvestres que

florecían entre los zarzales de los bosques de su país.

—¿Crees que pudiste haberlo hecho mejor, Monica?

—Supongo que sí.

—No dejaba de mirarlo a los ojos, aunque era obvio que le costaba—. Siempre se puede encontrar la manera de hacerlo mejor. Estoy segura de que, de haber continuado, la empresa habría crecido y habría mejorado sus cifras. El reto, solo que me toco partir de mexico… no me hubiera amilanado —terminó al fin, poniendo la mirada sobre sus manos, acobardada, pero él no se inmutó.

—Me gusta que la gente que trabaja para mí sepa aceptar las críticas y las use para mejorar.

¿Qué has aprendido de tus errores, Monica?

Irguió su cabeza y lo miró retadora.

—Creo que a no rendirme nunca, señor, a evaluar qué fue lo que pasó y a volver a empezar con

más ganas y sobretodo reconocido mis errores y dandole entrada a nuevos conocimientos.

Un escalofrío recorrió su piel y se incrustó en su corazón; para reponerse, posó con rapidez sus

ojos sobre las notas y guardó silencio unos segundos. Después, más por el deseo de conocerla mejor que por el deber, le preguntó:

—Hay un vacío en tu currículo desde que te graduaste hasta que empezaste a trabajar.

¿Qué hiciste durante ese tiempo?

La imperceptible oscilación de sus pestañas le dijo que la pregunta la había inquietado. Se

llevó una mano al cuello y asió con suavidad un colgante; lo soltó y contestó:

—Estuve unos meses viajando con mi hermano por Alaska y Canadá. Luego, cuando volví a mi país, enseñé diseño gráfico a un grupo de reinsertados en la sociedad. Era un programa implementado por el gobierno mexicano para las personas que abandonaban la guerrilla.

—¿Por qué no continuaste?

—Me… me gustaba, pero no era un salario fijo, y eran pocas horas, señor. Con ese empleo apenas podía subsistir.

—Tengo una lista de ocho candidatos para el puesto de asistente de diseño, ¿qué te hace a ti

mejor que a ellos?

—Considero que tengo capacidad para abordar con éxito ese puesto…

—Respiró profundo y continuó con energía

— porque encaro bien los nuevos desafíos, sé trabajar bajo presión y aprendo con rapidez.

—¿Qué responderías si te dijera que tu desempeño como líder de tu anterior empresa ha sido ineficiente?

La rabia en sus ojos lo excitó.

—Que estás equivocado, John.

—¿Cómo?

—No despegó sus ojos de los de ella.

Vaya, vaya, la chica tenía agallas.

—Que estás equivocado, Jonh.

—Tienes más experiencia en administrar que en las labores que realiza un asistente de diseño, Monica Necesito a alguien veterano en la creación, en el desarrollo y en la ejecución de todo el proceso de un proyecto, con pedidos a gran escala.

—No, señor, John.

—Enderezó sus hombros—. Soy buena para diseñar; puede que no haya vendido mis diseños, pero nunca dejé de diseñar. Cuando regrese a mi país, pienso montar mi

propio negocio.

—¿O sea que quedarte en Estonia más tiempo de lo que durará tu máster no está en tus propósitos? —No, sí, por supuesto. Si encuentro trabajo aquí, me gustaría quedarme.

—Con presteza, sacó

una carpeta de su bolso y la abrió—. Mire, aquí están todos los bocetos y diseños que he

acumulado durante muchos años… ¡Ay, lo siento! Con impaciencia y vergüenza hacia sí mismo porque no podía ayudarla, contempló cómo ella se agachaba a recoger los dibujos que se habían esparcido a sus pies. Aplaudió su valor cuando se acercó y se los pasó todos.

—Aquí está todo el material que he diseñado… desde que me gradué.

Los recibió cortés y, con una expresión neutra, los ojeó rápidamente. Al tratarse de una

persona con una desarrollada memoria visual, tomó buena nota de todo lo que veía. Le gustaron. —¿Alguna de tus ideas fue lanzada a la venta de forma particular?

—Sí, algunos de mis diseños en madera los vendí a través de pedidos personales. Estaba planeando montar una página web y lanzarlos, pero…

—¿Pero?

—No tuve tiempo, la dirección de la empresa demandaba mucho de mí.

—Bajó los ojos afligida.

Sin poder evitarlo, un hálito de ternura abrazó el corazón de John, y no quiso torturarla más.

—Háblame de lo que te gusta diseñar

—le preguntó con suavidad.

—Me especializo en cincelar madera. Me encanta todo lo que tenga que ver con ella: cincelar,

esculpir, sentirla, olerla todo eso me fascina

—Cerró los ojos y luego los abrió, pero no lo miró—, pintar sobre ella.

—¿Qué pueden aportar tus diseños a los artículos que producimos en esta empresa?

—Frescura; formas y tonos exóticos, propios de la naturaleza de mi país, y quizá…

—se atrevió a mirarlo a los ojos,pasión.

El corazón de John tembló, y con voz forzada, manifestó:

—Muy bien… ¿Qué conclusiones extraes de nuestra entrevista, Monica?

—Ha sido interesante, John.

—¿Tienes alguna pregunta?

—No. Quiso sonreír ante su expresión de alivio.

—Eso es todo, Monica. Te informaremos cuando hayamos tomado una decisión. Que tengas un buen día. —La despidió de forma cortante. —Muchas gracias…, Jonh.

Cogió su ordenador y retomó su trabajo mientras, por el rabillo del ojo, percibía cada uno de los movimientos de ella al colocarse el abrigo. Sin poder evitarlo, le lanzó una última ojeada y le recomendó:

—Abrígate bien antes de salir. Ella asintió sin mirarlo.

—Goodbye, John.

—Goodbye, Monica.

Agachó la cabeza de nuevo, ignorándola, pero fue consciente de cada uno de sus pasos

Monica y del clic de la puerta detrás de ella.

Ninguna expresión alteró su rostro, pero sí lo

delató un suspiro de pesar.

Era una pena. Una gran pena no poder cortejar a aquella mujer que era tan hermosa. Y no dejó de repetírselo antes, durante y mucho después de que se hubiera tomado una decisión acerca del candidato que se incorporaría a la empresa.

Su vida era complicada en aquellos momentos. No quería desequilibrar el balance que tan

duramente había logrado mantener.

Pero el jefe de art & viiva todavía no sabía hasta qué punto su vida se podría enredar.

Millones de rizos blancos descendían silenciosos y húmedos, pintando de tristeza el frondoso paisaje nevado de aquellos dias. Fatigada después de semejante interrogatorio, Monica intentó hacerlos a un lado para poder ver el nombre de la calle por donde caminaba, o mejor, por la que se deslizaba. Se quitó los guantes y los sostuvo con la boca, a la vez que abría la aplicación de G****e Maps en su smartphone y tecleaba el nombre de la parada del bus que la llevaría a la Universidad de

Aalto.

El dolor en sus dedos era similar al dolor que sentía en la punta de la nariz, que se le

congelaba, y, para qué negarlo, al de aquella abolladura que había aparecido en su autoestima a consecuencia de lo mal que le había ido en la entrevista que acababa de mantener con el exigente director ejecutivo de art & viiva.

Nada podía ser peor que esa entrevista, a excepción de la delicada situación económica que atravesaba. Sus ahorros desaparecían con rapidez, y si no conseguía un trabajo pronto, no tendríacon qué subsistir el próximo mes y se vería en la necesidad de acudir a su abuelo,Monica deseando que la llamaran de esa entrevista que no fue la mejor pero necesitaba empezar a trabajar…

¡No! Eso sería lo último que haría.

Introdujo con rapidez sus manos en el gentil calor de los guantes antes de apresurarse a seguir el circulito azul que, desde su móvil, marcaba la dirección que debía tomar. Volvió a resbalarse. Maldijo por lo bajo. Ya se había caído varias veces en aquellas congeladas calles de Helsink,

pero tenía que alcanzar el bus de las once y treinta cinco para no perder la hora de clase. Si no asistía, le supondría más esfuerzo retomar el hilo de la siguiente.

Veinte minutos después llegó ilesa a la parada, pero gimió con desconsuelo cuando vio la

parte posterior del bus, que acababa de partir. «Imposible llegar ahora a tiempo». Lanzó un

suspiro de resignación al viento y algunas palmaditas de conmiseración a su cerebro cuando se agachó y trató de descifrar el tablero que anunciaba los horarios de los buses. Todavía no salía del asombro que le producía ver todos esos triptongos y diptongos repitiéndose en una misma palabra

—por no hablar de la cantidad de letras p, k y t que se duplicaban

— sin una lógica aparente, propios del finés. No encontró siquiera una palabra que fuera familiar al inglés, No logro entender muy bie.

Después de haber constatado que otro bus llegaría en dies minutos, se sentó con elegancia en el frío banco de metal. Dejó que la decepción y la vergüenza que sentía hacia sí misma la torturaran a placer. Había querido morirse allí mismo cuando se le cayeron los bocetos. «Dios

mío, pero qué burra». Había estado a un tris de salir corriendo y dejar atrás el pánico que había

liado sus cuerdas vocales, haciéndola tartamudear o construir frases que giraban y giraban en torno a la misma idea, bajo la insistente mirada de aquel atractivo finlandés.

Muy atractivo. Su corazón se tambaleó, y no quiso reconocer que la férrea voluntad de la que echaba mano en ocasiones para no dejarse impresionar por un hombre guapo flaqueaba. Ese tambaleo se convirtió en una convulsión en toda regla al apreciar aquel par de ojos azules tan raros con esa personalidad tan peculiar que tenia aquel hombre.

«Qué ojos tan lindos, como el color lazulita de mis pendientes favoritos».

Inquieta, trató de restarle importancia a aquella apreciación. Sus ojos eran hermosos, pero su personalidad no tenía nada de agradable, era una persona muy fría como el frio que estaba haciendo en ese lugar. Se había sentido como una súbdita insulsa que se había

atrevido a comparecer ante el rey para pedirle un trabajo que él no estaba interesado en darle.

Debía sentirse agradecida de no tener que trabajar para él. Dudaba de que aquel dios de hielo tuviera algo más en la cabeza que arrogancia, pedantería, racismo y quién sabe qué más. Todos los hombres con poder eran iguales, en todas partes, y los que no, eran infieles, inmaduros e incapaces de comprometerse y amar sinceramente a una mujer y mucho menos ese hombre que se le notaba que su unico interes era su trabajo.

Amén. De inmediato se arrepintió de sus impulsivos epítetos. Dejarse llevar por sus prejuicios y, además, generalizar no era justo para nadie, ni siquiera para ella misma. No era bueno entregarse a aquel viejo hábito; tampoco era bueno darse por vencida. Sabía, antes de dejar Mexico , que vivir en Europa no sería fácil. La devaluación de la moneda de su país y el poco dinero que había podido reunir para pagar todos sus gastos personales sería insuficiente. Así que, «levanta ese

ánimo, mi niña, que apenas llevas ocho meses en Estonia y esta fue tu primera entrevista de

trabajo, ya vendran otras mas donde posiblemente el jefe no sea mal encarado . Y ni que fuera la compañía más famosa del mundo esa, ¿no? Ni que estuviera en Londres o

Nueva York».

No, no estaba en Londres, pero el sistema laboral era igual de exigente o más. El recuerdo de las preguntas que ese… señor le había formulado, sin pausa y sin pestañear, la hacía sentir insegura. Dudaba ahora de su profesionalidad o de su mérito como diseñadora, tanto asi que esa entrevista le causo decepción. Era cierto que no

tenía una larga experiencia en ese campo, pero en ocasiones, en su país, la gente tenía que

sacrificar los anhelos personales para obtener un buen trabajo que le permitiera ganar lo suficiente para vivir con dignidad, y para Monica, lo más importante había sido la independencia. Mucho más que su amor por crear. Pero ¿qué podía entender un hombre como él lo que pasaba en otras

sociedades, aparte que le iba a importar?

«Por supuesto que sé cómo realizar una buena campaña publicitaria».

¿Por qué diablos había

tartamudeado?

¿Cómo que su labor como administradora había sido deficiente?

¿Qué sabía él? Sí, sí que lo sabía: era el todopoderoso de una exitosa compañía.

Embebida en su desilusión, no se dio cuenta de que el tiempo había pasado volando, y el

siguiente bus se detuvo en silencio a su lado. Se apresuró a refugiarse en el cálido interior. Una vez que se acomodó, sacó el emparedado que había preparado en la mañana; por lo general no tenía tiempo de ir a almorzar al apartamento que compartía con otras dos chicas en Villa, un

barrio de Helsink. Lo miró sin ganas; al paso que iba, perdería más peso. No es que lo lamentara,

pero tampoco era bueno para su cabeza alimentarse mal.

Recibió un mensaje por W******p de su novio Samuel. Tuvo remordimientos por no

alegrarse de recibirlo, pero no quería pasar por la vergüenza de decirle que le había ido mal en la cita. Leyó la nota y se sintió peor.

Enviado por Samuel:

¿Cómo te fue en la entrevista, Moni? Te extraño, llámame tan pronto como puedas, no importa

la hora, recuerda que te quiero. Sin embargo, decidió esperar a sentirse menos vulnerable para llamarlo. Quizá después de

tomarse una taza de chocolate.

Al menos, no le había ido tan mal con los otros dos. Antes de llegar a la salida, Tomas, el que

la había recibido al inicio y que se había presentado como el asistente del director, la había interceptado para explicarle que el proceso de entrevista no había terminado, y que pasaría a una charla con él y con Matteo, el jefe de diseño.

Para su sorpresa, la conversación amena que compartió con ambos resultó ser mejor de lo que esperaba. El simpático diseñador revisó con interés sus bocetos, y Monica pudo percibir que le gustaron, sin embargo, no se hacía ilusiones. Muy en el fondo, a pesar de que necesitaba el dinero con desesperación y de que sería un honor para ella trabajar en aquella prestigiosa empresa, por su alto prestigio y desempeño

—si a razón de un extraño milagro resultaba escogida—, tenía miedo de trabajar para semejante director.

No sabría cómo hacerle frente a su atractivo y a su poder. Había aprendido a evitar a ese tipo de

hombres, alejándose, si estaba en sus posibilidades, o si no, volviéndose invisible como mujer.

No había sido fácil; los hombres en su cultura hacían de la conquista un arte, aunque era cuestión de tener muy claro para qué la perseguían. A su novio Samuel le había costado mucho ganarse su

confianza, y no digamos el derecho a tocarla en lo físico y en lo emocional. En aquel país, por lo

que ella había notado en esos meses, los chicos de la universidad eran tímidos y se abstenían de dirigirle la palabra, a menos que fuera necesario. Era muy reconfortante ser amiga o compañera sin una segunda intención por parte de ellos.

Las huellas de toda una mañana nevando habían dejado un grueso tapiz de nieve de varias pulgadas que cubría las calles y la brisa pegaba muy fuerte. Desde la ventana del bus divisó el viejo edificio principal de su

facultad, que alardeaba de un aburrido color café con leche, el mismo que le había causado

desilusión la primera vez que lo vio. Desilusión que se evaporó cuando conoció el sencillo y

acogedor interior.

Se ajustó el coqueto gorro vinotinto musgo y la bufanda a juego antes de apearse del bus. Subió por el pasillo e inspeccionó su monedero; como buena Mexicana, su cuerpo le pedía a gritos una taza de chocolate o café. Por supuesto, no podía esperar que en la pequeña cafetería de la facultad vendieran

algo de su tierra, pero se conformaría hasta con la palabra café escrita sobre la máquina del

mostrador que contenía ese extraño líquido negro. Cuando se sentó a una de las mesas, escuchó el sonido de dos mensajes entrantes. Abrió la ventana del W******p y vio una nota de su madre y otra más de Samuel. Considerando que en Mexico serían las cuatro de la madrugada, ambos estaban demasiado ansiosos por saber cómo le había ido en la entrevista, si le habia gustado o no.

Acomodó detrás de su oreja los mechones de cabello negro que habían resbalado y cubierto

una parte de su rostro como una cortina de seda. Suspirando resignada, le escribió a su novio, explicándole cómo le había ido en la entrevista y asegurándole que lo llamaría por la noche cuando llegara al apartamento.

Abrió el mensaje de su madre, y al asimilar sus palabras, sus ojos se inundaron de lágrimas.

La añoró como nunca.

Quiso sentir su brazo ciñendo sus hombros y sus labios besándola en la frente, extrañaba mucho a su madre. Percibió el

aroma fresco de su perfume y pudo ver esa sonrisa tímida que desplegaba en raras ocasiones, pero que la reconfortaba.

Con dedos anhelantes, marcó su número de teléfono.

—¿Aló? ¿Mamita linda?

—Monica, mija, ¿cómo está?

Qué bueno que me llama, te echó mucho de menos . Aquí he estado yo pegada a los santos para que me le fuera bien. Cuénteme, ¿le dieron el puesto?

—Estoy bien, mamita. Todavía no lo sé…, pero lo más probable es que no. No me fue muy

bien.

—Ay, mija, eso significa que algo mejor le llegará, tenga fe.

—No te preocupes, sabes que soy más fuerte de lo que parezco, y no me daré por vencida. ¿Y

tú cómo estás?

—Bien, ya sabe que yo siempre estoy ocupada, pero… extrañándola.

—Su voz sonó nerviosa.

—Lo sé, mamita. ¿Todo está bien por allá?

—Oh, sí, no me haga caso. Me siento orgullosa de que esté por allá, de que haya podido volar; yo no…

La voz de su madre se quebró y guardó silencio unos segundos. La dolorosa sensación de

hablar con libertad de aquello que las lastimaba la ahogó. Pero ¿qué objeto tenía? El pasado y el presente no cambiarían solo porque su progenitora lo hablara con ella. Sin embargo, lo intentó.

—¿Tú, qué? —Su corazón corrió agitado.

—No me haga caso. ¿Está comiendo bien?

El cambio de tema la desilusionó, pero ya había aprendido a dejar que ella librara sus batallas

a su manera.

—¿Cómo está mi Sebastian?

—Tu hermano, bien, bien, echándola de menos.

—¿Y Romina? ¿Cómo sigue de su asma?

El recuerdo del rollizo rostro de Romina, la empleada y amiga de su madre, la reconfortó.

—Mejor. El doctor le cambió la medicina.

—Dale un beso de mi parte, y tan pronto pueda, le mando esos chocolatines con cerezas azules que tanto le gustaron.

—Se lo diré.

—Su risa le llegó directa al corazón.

Respiró profundo e hizo la pregunta que sabía que tendría que formular en alguna ocasión.

—¿Y el abuelo? Supongo que todavía sigue disgustado conmigo.

—Bueno…, ya se le pasará.

Tenía claro que su madre quería que creyera eso, como también sabía que estaba pagando por ello, pero no había nada que Monica pudiera hacer para evitarlo. La impotencia y la frustración que sintió la oprimieron como lazos invisibles que ataban con fuerza su cuerpo, haciéndole daño.

—¿Te está tratando bien?

—No pudo evitar la pregunta, aunque ambas sabían que no respondería con la verdad.

—Sí, sí, claro que sí.

El tono triste de su voz fue más sincero.

De pronto, el rostro del abuelo se abrió paso en su mente; ese rostro lleno de arrugas y sin

nada de cansancio; de canas azules y sonrisa fácil para los de fuera, pero de mirada dura y fría para los suyos, elabuelo era una pefsona muy duda con un caracter fuerte e inquebrantable.

La voz de su madre la devolvió a la realidad.

—Mi niña, sabe que tiene que llamarlo.

Un silencio rebelde selló sus labios varios segundos, pero al fin se las arregló para decirle:

—Está bien, no te preocupes.

—Ya lo tendre en cuenta—. Bueno, mami, tengo que ir a clase, y tú debes ir a dormir. Un beso a todos, uno muy grande a Sebastian , dile que lo. Extraño mucho y… salúdame a Ernesto.

Colgó y, apresurada, se encaminó a clase, sintiendo que a cada paso que daba se quedaba sin aire. Se detuvo. Respiró hondo, con lentitud, intentando serenarse.

Estaba lejos, muy lejos de él; sin embargo, el mero recuerdo de su presencia le hacía daño.

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