Keith se rio, una risa baja y seca que resonó en el vestíbulo del pub, sin un ápice de alegría. Era el sonido de la victoria y la crueldad, el eco de la superioridad que solo servía para avivar la llama de la furia reprimida de Duncan.
—Gracias por tu preocupación, hermanito. Los veo en el coche. Tengo que encargarme de un par de asuntos, pero ya sabes… la familia siempre es lo primero —dijo Keith, el sarcasmo goteando en cada palabra que brotaba de sus labios. Su mirada, justo antes de pasar, se posó un instante en Elara, un destello de posesividad helada que la hizo jadear internamente.
El empujón en el hombro de Duncan fue la gota que colmó el vaso. No era un acto de violencia bruta; era desprecio en su forma más pura. Duncan sintió una punzada de humillación tan intensa que le quemó el rostro. Su cuerpo quería reaccionar, quería devolver el golpe, pero su mente, entrenada durante años por su padre para priorizar el autocontrol, lo detuvo.
No en público. No aquí.
Se recordó a sí m