A las puertas del infierno

Con nerviosismo introduje la carta en la guantera. No entendía muy bien cómo actuar ahora, él mencionó que les hiciera cualquier gesto a sus hombres, pero sonaba más fácil de lo que era. Yo soy una cobarde nata desde siempre, solo el alcohol lograba sacar un poco salvajismo de mi interior, pero ahora, solo contaba con una jaqueca enorme y un deseo desmedido sobre tal propuesta.

Cerré mis ojos pensando en el señor Müller, recordando la sensualidad que ese hombre emanaba, terriblemente atractivo, terriblemente peligroso. Pero ese era su encanto. Como arte de magia abrí un poco las piernas y me relajé. Respirando con dificultad y apretando de vez en cuando mi candente coño. No sabía que estaba a punto de hacer, pero la idea de estar aquí acariciándome un poco me volvía loca. Tal vez, necesitaba reconsiderar mi decisión y dejarle claro mis sentimientos a Mülle

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