Esmeralda había ido a la oficina aunque Kenton le había recomendado que no lo hiciera. Ella intentaba cumplir su labor, aunque sus compañeros de oficina no dejaran de susurrar sobre ella. Al ir al baño, accidentalmente escuchó como algunas mujeres decían cosas terribles. Algunas decían que era una caza fortunas, una puta astuta. Otras creían que él la engañaría en cada oportunidad porque ella no era suficiente, pero en lo que todas coincidían era en que querían estar en su lugar.
-Es una puta afortunada. Con esa cara de mosquita muerta amarró al jefe- Dijo una de ellas antes de que todas se retiraran del baño
Antes de salir, Esmeralda se aseguró de que no hubiese nadie allí. Las lágrimas caían y por más que intentara no llorar le resultaba imposible. Las personas con las que había trabajado por mucho tiempo rápidamente habían cambiado el concepto que de ella tenían.
A la hora del almuerzo, Kenton fue a buscarla a la oficina y la notó decaída, triste y con sus ojos enrojecido