Después de darle la gran noticia a la abuela Caterina, los tres fueron a cenar, pero lo que Guadalupe no esperaba era que una gran sorpresa la esperaba sentada a la mesa del jardín.
Habían pasado poco más de cinco largos años para volver a verla. Al oír la voz de la chica que salía, Alberto Priego se levantó y se volvió para mirar.
Se sorprendió y se le llenaron los ojos de lágrimas al ver a la chica que salía de la mansión, ya no era la misma niña que había dejado en Lazio.
Esa niña ya era una mujer tan guapa como su madre, se dio cuenta de que iba de la mano de un apuesto caballero que supuso que era su marido; había muchas cosas que ponerse al día.
—¡MI NIÑA! —gritó Alberto al ver a la joven.
—¡ABUELO! ¡Estás aquí! —dijo Guadalupe, soltando la mano de su amado y corriendo al encuentro de su querido abuelo.
Los dos se abrazaron con fuerza. Alberto, a pesar de su avanzada edad, aún se mantenía erguido y era mucho más alto que la niña.
La apretó entre sus fuertes brazos, besándole la c