Luego de echarle un vistazo más al cementerio donde decidió colocar los restos de su esposa, Luciano subió a su auto, lloro un momento más, se permitió recordar algunos momentos vividos con su esposa, miró hacia el asiento del copiloto y aún había rastro de la existencia de ella.
Un cepillo de cabello, un perfume de rosas, ligas de cabello que normalmente colocaba en la palanca de velocidades. Él llegó a la conclusión de que no podía seguir así.
Cada cosa que tenía, cada cosa que veía, lo llevaba a ella. Cada día que despertaba, de no ser porque su bebe dormía con él, simplemente no querría levantarse.
Ángela y Antonio hacían su mejor esfuerzo por tenerlo presente, por ayudarlo y comprenderlo, pero todo estaba resultando inmensamente duro.
No había día en que se preguntaba, ¿Qué salió mal? ¿Qué me le faltó hacer? Recordaba la discusión con el padre de Almendra y se maldecía por dentro, si no le hubiesen dado la importancia, ella seguiría viva.
Luego de llorar en su auto, sintió que ya