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- Esto es inaudito. A mi oficina. Ahora – ordenó el director rojo de la furia, así se parecía demasiado a mi padre cuando me regañaba por meterme en problemas.

Me crucé de brazos quedándome quieta en la recepción del edificio central – No

- ¿Qué? – preguntaron al unísono Jesse y el director.

- No está a discusión, María Magdalena.

Resoplé indignada apartando un mechón que calló en mi frente lleno de huevo y salsa de las albóndigas - ¿Por qué no nos da el castigo y todos contentos? – ofrecí con obviedad marcada en mi voz.

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