La palabra “cariño” salió de los labios de Damian con una entonación deliberadamente exagerada, cargada de burla.
Era un recordatorio.
Un escalofriante recordatorio de la noche anterior.
Cuando Livia le había gritado que la llamara así.
Un estremecimiento recorrió su espalda. Le recorrió la piel un hormigueo.
La manera en que lo decía ahora—no era dulce. Era aterradora.
—¿Quieres ver el resultado de tu “buena enseñanza” de anoche? —preguntó Damian con frialdad.
Desató la toalla que tenía alrededor de la cintura.
Livia instintivamente quiso apartar la mirada, pero su mano ya descansaba sobre su pecho desnudo.
—¿Ves esto? —señaló Damian.
En su torso pálido, normalmente impecable, había varias marcas rojas—como si algo duro lo hubiera golpeado.
‘¡Mi maldita mano…! ¿¡Qué tan fuerte le pegué?!’
—Lo siento —susurró ella, bajando la mirada, sintiéndose pequeña bajo su presencia—. Lo siento, cariño.
—¿Perdón? ¿Eso es todo lo que se necesita para absolver tu insolencia?
‘Snif… ¿Qué quieres de