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¡Crank!

El vaso se hizo añicos en mil pedazos, esparciéndose bajo la mesa y contra la pared donde había impactado segundos antes.

El hombre que Brown había asignado para vigilar a Livia se encontraba justo en el lugar donde había caído el vaso. Sus manos temblaban ligeramente, pero no se movió de su sitio.

Enviar a alguien a espiarla había sido la decisión correcta. Brown lo había predicho todo: Helena no era alguien que se rindiera fácilmente.

Cuando terminó la grabación del audio de aquella conversación, la sangre de Damian empezó a hervir. La furia le corría como lava por las venas. Sin previo aviso, barrió todo lo que había sobre su escritorio: documentos, vasos, todo cayó hecho trizas al suelo.

Brown permaneció en silencio a su lado.

‘¡He sido demasiado blando con ella!’, rugía Damian por dentro. ‘¿Soy el único que pensó que lo nuestro estaba mejorando? ¿Que era más… real? ¿Por qué parece que soy el único que creyó en nosotros? ¿Habla tan fácil del divorcio? ¡Que lo sueñe!’

Sí. D
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