Rutina matutina, como siempre.
Livia acompañó a Damian hasta el coche, igual que todos los días. El asistente Brown ya la esperaba, de pie junto a la puerta, abriéndola con la precisión de un reloj.
Mientras el auto se ponía en marcha, Damian levantó la mano izquierda y saludó distraídamente por la ventana.
Livia se quedó inmóvil, observando hasta que el coche desapareció por la puerta principal. Sus ojos se elevaron al cielo, donde una bandada de aves surcaba el aire libremente, danzando con la brisa de la mañana.
Dentro del coche, Brown ajustó el retrovisor, lanzando una mirada furtiva al hombre en el asiento trasero. Damian parecía… sospechosamente feliz. Una rara sonrisa se dibujaba en sus labios, como si las comisuras hubieran sido empujadas más por un recuerdo que por intención.
—Brown, concierta una cita con el doctor Harry.
El asistente se tensó.
—¿Se siente mal, joven amo?
Damian se tocó el pecho con gesto pensativo.
—Últimamente hay algo raro en mi cuerpo. Mi corazón late de