El señor Matt seguía de pie, esperando órdenes.
—Señor Matt, tómese el día libre —dijo Damian sin girarse—. No quiero ver a nadie en la residencia principal hoy. Que se queden los guardias de turno. Déle el día libre a las sirvientas.
—Entendido, joven amo —respondió el señor Matt con una leve inclinación.
Una sombra de tristeza cruzó su rostro. Una vez más, le tocaba presenciar cómo su joven amo se hundía en el dolor… igual que cada año en esta fecha.
—Brown, sígueme —ordenó Damian, alejándose ya.
Brown obedeció en silencio, siguiéndolo de cerca.
El señor Matt permaneció inmóvil hasta que Damian desapareció en su estudio. Entonces se volvió y comunicó las instrucciones al personal reunido cerca de la parte trasera de la casa. Les dejó claro: nadie debía acercarse a la residencia principal. Sin ruidos. Sin pasos. Sin distracciones.
Algunas sirvientas aprovecharon para tomarse el día. Otras permanecieron en sus habitaciones, respetando en silencio el ánimo sombrío de la casa.
Porque ca