—No me grites, niña —ordena, como siempre lo hace —. Prefiero morir haciendo lo que más me gusta y antes de lo pautado a quedarme sentada todos los días de mi vida en una silla mirando al horizonte sin hacer nada productivo.
—Nos dejarás solas.
—Se tienen la una a la otra.
—Eso no es así —refuto —. Somos nosotras tres, siempre hemos sido las tres.
—No, Sherlly, comenzó un conteo y ya no hay vuelta atrás, falta poco para que la bomba explote y se decida lo que se tenga que decidir.
—¿De qué hablas? ¿Por qué nunca eres completamente honesta con nosotras? ¿Por qué siempre nos dices las cosas a medias?
—Porque no puedo —es todo lo que dice y me decepciona. Cada vez me decepciona más.
—Seyra tiene razón, hay algo grande detrás de nosotras, se ha detenido, no ha querido escarbar en nuestro pasado porque no sabe por dónde comenzar y porque te tenemos el suficiente respeto como para no dudar de tu palabra —o al menos, yo sí lo hago, porque la verdad es que a mi hermana le importa muy poco.
—A