4. Vamos Josefina Apurate.

Josefina no podía contarle a su madre, lo que había pasado en el arroyo, una discusión con ella era lo que menos le apetecía, soltó un suspiro al llegar a su casa y se coló en su habitación por la ventana justo, unos momentos antes de que su madre tocara la puerta para pedirle que le ayudara con la cena; sin embargo, no podía quitarse de la mente ese incidente, se mantuvo despierta casi toda la noche, por lo que despertar le suponía todo un gran esfuerzo esa mañana.

— Levántate Josefina, ya es bien tarde y la escuela queda re lejos, apúrate, que no solo vas a desayunar, me ayudarás a llevar este maíz cocido a la casa grande para que la lleven a molino.

Sinceramente, no quería ir, pero su madre tampoco era que la fuera a dejar andar libre si faltaba a la escuela.

Se levantó de mala gana, alistándose y desayunando lo más rápido posible y ayudar a su madre, quien volvía a regañarle.

...............…..

Aquella noche Ricardo ni siquiera había podido dormir pensando en la muchacha del lago, Josefina… había pronunciado su nombre varias veces y era como si le hechizara cada vez que lo decía, como si se clavara más en su recuerdo y corazón.

¿Se estaba volviendo loco? Tal vez era lo que sucedía porque si no no se explicaba como seguía escuchando su nombre a medida que se acercaba a la cocina.

— Vamos Josefina Apurate, llegas tarde a la escuela.

Lo que Ricardo vio al entrar lo hizo dudar de que todavía estuviera durmiendo y aquello fuera un sueño, se quedó plantado allí en la puerta y su mirada se cruzó con la de ella.

— Yo… puedo llevarla.

Fue en ese momento que antes de responderle, Josefina volvió a escuchar esa voz, por lo que de inmediato volvió su cabeza buscando al dueño.

— O no señorito, ella podrá ir caminando como siempre, solo tiene que ir un poco más rápido, no se preocupe, vaya al comedor, pronto les entregaré su desayuno.

— Yo puedo llevarla — insistió Ricardo— Tengo que ir al pueblo, voy de paso.

La chica ni siquiera escuchó lo que su madre decía, su atención estaba en el joven frente a ella, tendría un par de años más que ella; sin embargo, no pensaba en eso, sino en lo que el timbre de su voz le provocaba.

A lo lejos escuchaba lo que su madre le decía, pero escuchaba su voz muy lejana.

— Ándale niña ya es hora que te vayas. No hagas perder mi tiempo y el del joven.

Le apuró su madre, al ver cómo ella se quedó mirando al joven, sacándola a empujones de la cocina. Pero sin ningún resultado, el joven parecía firme en llevar a su hija a la escuela.

Ricardo no daba crédito, sí, recordaba que aquella mujer tenía una hija, pero juraría que era bastante pequeña cuando él se fue o tal vez era más grande y no le había prestado atención, aunque de eso hacía 4 años y en 4 años las chicas pegaban cambios físicos muy imponentes, como el que tenía en frente.

— No acepto un no como respuesta, de verdad que no me cuesta nada.

Aseguró haciéndole a la chica una señal para que lo siguiera y así poder guiarla hasta su camioneta, se portaría bien, no la asustaría y se disculparía por lo del día anterior en el lago y por haber parecido un jodido acosador corriendo tras ella.

Josefina se habría dado cuenta de que su madre le hacía advertencia y una que otra amenaza para que dijera algo, si no hubiera estado hipnotizada por la presencia de ese joven lo habría hecho, pero ella simplemente lo siguió, todavía incapaz de decir nada, alejándose del agarre de su madre, dejándose guiar por esa voz.

— No tengas miedo Josefina, solo voy a llevarte a la escuela.

Aseguró mientras le abría la puerta para que entrara en el asiento del copiloto para luego caminar hasta el del conductor, intentando evitar dar saltitos como alguien que estaba muy feliz por lograr algo que creía no lograría, aunque si estaba muy feliz de aquello y por eso era aún más difícil no hacerlo.

— A menos que no quieras ir, claro, en ese caso puedo llevarte, a la ciudad— aseguró con una sonrisa cómplice, en realidad esperaba que aceptara su ofrecimiento y poder pasar el día juntos —¿Has estado alguna vez allí?

Preguntó introduciendo la llave en el contacto para encender el coche para salir de la hacienda y pasar el mayor tiempo posible con aquella hermosa joven que le había robado el sueño la noche anterior.

— No he estado en la ciudad.

Reconoció hablando por primera vez, ella no salía del pueblo, no había dinero y tampoco había motivos para hacerlo, a menos que deseara irse a trabajar ahí.

— Yo... — tartamudeo, al darse cuenta de que tal vez había sido un error haber subido, no por medio, sino por el que dirán…— No puedo ir a la escuela — dijo de pronto, pero tampoco deseaba dejar de hablar con él.— No es algo justo, porque yo no sé su nombre, pero usted sí sabe el mío.

Giró el rostro para observarla y sonrió asintiendo antes de volver a centrar su atención en el camino.

— Soy Ricardo Villamonte, el hijo del difunto Alejandro Villamonte, pasé varios años estudiando fuera, tal vez por eso no me recuerdas.

Explicó tomando el desvío a la carretera general en lugar del camino que llevaba al pueblo.

— Siento haberte asustado ayer, esa no era mi intención, pero hoy voy a compensártelo, vamos a pasar un día genial juntos.

Aseguró pisando el acelerador en cuanto salieron del camino de tierra y llegaron al asfaltado, no, sin duda Miguel no tenía razón cuando la noche anterior le aseguró que lo mejor que podía hacer era volver a los estados unidos y hacer ese máster, estaba harto de estudiar, quería ayudar a su abuelo, aprender mejor de él como sacar adelante los cultivos y por supuesto conocer mejor a esa chica.

Ella no estaba acostumbrada a ese tipo de trato, mucho menos a ser observada de esa manera.

Sus mejillas se tornaron de color rojo, llevándola a bajar la mirada y fingir jugar con su bolsa sobre sus piernas.

— Mucho gusto, joven Ricardo — respondió tras escuchar su nombre, así que era el nieto de don Federico. — Solo me asusté porque casi nadie va a esa hora al arroyo, todos se van a su casa a esa hora. Perdón si hice que se preocupara.

A penas había tráfico en la carretera que llevaba a la ciudad a esa hora y hacía un día perfecto para llevarla a la playa, porque, sin duda, tenía ganas de volver a ver ese cuerpo semidesnudo y esa piel perlada por el agua, porque por muy amor a primera vista que aquello fuera no dejaba de ser un joven de 22 años con los deseos y las hormonas propias de su edad.

—No te disculpes, es normal, tú no sabías quién era yo ni qué intenciones tenía.

Le pareció tierna de una forma que no podía explicar, era una suerte que tuviera las manos ocupadas en el volante porque de no ser así, posiblemente ya estaría abrazándola para calmarla y no sabía si sería muy bien recibido su acercamiento, ni siquiera si era legal, al fin y al cabo todavía estaba en la escuela esperaba con todas sus fuerzas que fuera el último año.

— ¿Y a qué curso vas?

Preguntó apretando un poco más el acelerador y es que si algo tenía era que quería llegar cuanto antes y seducir a aquella joven que ya había decidido que debía ser suya.

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