—¡Mira papi! ¡Es un perrito! —
Todas las luces de aquella mansión estaban ya apagadas, y tan solo podía apreciarse la penumbra en cada rincón del lugar.
—Cariño, no corras, vas a caerte —
Todos los sirvientes, como era habitual desde hacia varios años, se habían retirado a sus hogares; era una regla que no debía de haber nadie en aquella mansión después de las nueve de la noche.
—Tristán, Genoveva, es hora de regresar —
El ambiente siempre lúgubre, se sentía además demasiado triste, como si la esperanza se hubiese perdido para siempre, como si en aquellos rincones nunca más volvería a entrar la calidez de la luz del sol.
—Pero papi, quiero ver a los perritos —
Los ojos grises de tormenta miraban con pesar a aquellos azules tan similares al color del mar, añorando regresar a esos tiempos felices en donde todo parecía ser perfecto.
—Vamos mi niño, volveremos mañana, lo prometo —
Congelando la imagen de aquella reproducción de video que Joseph Harrington miraba en completa soledad, pudo