Capitanes

Chico Castro entró a su habitación antes de las once de la mañana. Tenía los ojos hundidos, se sentía afligido la mayoría del tiempo. Impotente ante los hechos que sucedieron en su casa. Un hombre como él, ¿Cómo era posible que le sucediera algo así? ¿Cómo no vio venir lo que sucedería? ¿Dónde estuvo toda la vigilancia? ¿Y por qué vigilarla y empujarla a lo que sucedió?

Debía reconocer que por primera vez sentía algo en su pecho muy parecido al odio. No había canalizado exactamente hacia quienes, pero el dolor lo hacía odiar. Lo hacía no poder dormir, lo hacía tomar, y mucho.

–¿No crees que es muy tarde para que sigas en la cama?

Le preguntó a Consuelo cuando la vio envuelta en las sabanas. El cabello enmarañado, los ojos desgastados.

–¿Y tu no crees

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