Capítulo 4

¿Qué si había vencido mis temores para verbalizar mis emociones? Puede ser cierto, de alguna manera había perdido el miedo a comunicarme, pero en realidad se trataba por la capacidad de persuasión de Fermín. Podía escarbar todos mis pensamientos, y yo accedí a esto, descargué mis furias y le comenté todo acerca de mi problema para socializar. Todo esto se lo iba contando cuando caminábamos por la avenida universitaria, nos dirigíamos, según Fermín, a un barrio aledaño a la Universidad Centroamericana. Era la zona de la jauría, era la zona de Kaiser, el jefe y líder. No tenía miedo alguno, esperaba conocer otros perros para desarrollarme a plenitud, y dejar los miedos y los traumas que de manera constante me asechaban.

            Por un momento, Fermín se detuvo y se dio la vuelta. Cuando lleguemos a la zona de la jauría, no digas nada, quedate callado, porque así funciona, esas son las reglas y debes seguirlas. Cuando se te pida opinar nosotros te vamos a preguntar, pero por ahora mantenete callado, dijo. Yo no sabía por qué me decía esto, de seguro como he visto en películas, los nuevos integrantes debe atender las orientaciones de los líderes y mantenerse al margen. Debí suponer que se trataba de algo parecido, y podría crear problemas si hablaba, pero tenía de ventaja que apenas podía hablar con Fermín, entonces no era ningún problema hasta ese momento.

            Después de darse la vuelta, continuamos caminando por la vía principal. Kaiser es algo temperamental, sin embargo, es buen líder, consigue buena comida y nos protege en la zona para que otros perros no entren, además su sabiduría nos ha ayudado a crecer, y esto te va a ayudar a vos como humano, ellos saben que soy humano y mitad perro, le voy a decir que vos igual, tengo que ser honesto, pero no te preocupes, no hay problema, vas a aprender de la calle, de la vida, y de ser un perro, dijo Fermín.

            La vida es tan corta, a esa edad, cuando conocí a Fermín, no había tenido ni siquiera un romance, por consecuencia, a la única persona que he besado, es a mi madre, cuando de pequeño al ir a clases me daba besos de despedida. No tengo ningún conocimiento de cómo acércame y conocer a una mujer como debe ser conocida. En mi profunda soledad pensaba que las relaciones románticas eran para los fuertes, para aquellos que tienen privilegios distintos a los míos, privilegios como ser adinerado o, bien parecido. Yo no era del todo bien parecido, mido uno con sesenta y cinco. Bastante bajo, y había escuchado entre conversaciones que las mujeres prefieren a los altos, eso me hacía sentir aún más acongojado. No es que quisiera ser alto, pero al menos un poco más de estatura y estaría en la media. Me preocupaba mi apariencia, aunque al ir al bufete iba vestido como abogado, fue bastante complicado atender todas las solicitudes y orientaciones de mi tutor. Apenas asentía y revisaba los documentos legales, hacía mis tareas y cumplía con todo lo que mi tutor solicitaba.

            Lo peor de no poder comunicarse es que uno no sabe responder con certeza lo que de verdad queremos. Lo peor de todo fue cuando estuve en primera audiencia para la solicitar la libertad condicional de un condenado. Me presenté a los juzgados de Managua, entré a la sala de juicio, me levanté y entregué mis documentos. Luego pedí la palabra, y apenas me escuchaban, y el juez me exigió elevar mi voz. Para terminar de una sola vez, dije que solicitaba la libertad condicional de mi representada según el índice criminalístico y buena conducta. La fiscalía respondió que era imposible darle la libertad debido a que se trataba de un delito grave y debía cumplir la pena hasta el final. La juez me pidió otra vez la palabra, y no contesté nada, me quedé callado, y mi representante empezó a llorar. Empezó a llorar porque cumpliría los dos años de condena por tráfico de estupefaciente por mi culpa de no poder defenderla como debe ser. Salí de la sala, caminé por el pasillo hasta el baño y vomité. Vomité porque sentía mareado y con vértigo. Ese día, fue el peor de todos, aunque obtuve buenos resultados, realmente me sentí devastado por mi incapacidad para hablar.

            El juez llamó al bufete para decir que me había comportado sin preparación alguna, mi tutor me llamó la atención y solo bajé la mirada mientras asentía. Volvía a mis actividades revisando documentos. Un muchacho que se llamaba Manuel, y a veces quería interactuar conmigo, se dio cuenta de lo sucedido, al parecer se corrió el chisme de lo que pasó en el juzgado. Se acercó a la mesa y me dijo que no me preocupara, que él también tenía problemas para hablar. Y, si necesitaba alguien con hablar él estaba disponible. Durante los meses que estuve en el bufete, observé a Manuel, parecía un tipo bastante agradable con los demás, los hacía reír, y era bastante empático. Le expliqué una vez que no podía hablar más de un enunciado por minuto. Lo tomó con seriedad y escribió en una hoja que podíamos escribirnos. Cuando me pasó la hoja empecé a contestarle, pero me tomó varios minutos para explicarle cómo me sentía.

            Manuel, me he dedicado todos estos años a permanecer callado porque me     siento distinto a los demás, siento que nadie puede comprender en realidad     lo que siente. Diferentes emociones me invaden a toda hora, y me es imposible decir lo que siento. Además, he sufrido de acoso por mis compañeros de clase, también de los profesores, esto me sucedió también en la primaria y en la secundaria. Quisiera poder hablar sin ningún temor a ser perturbado por lo que piensen los demás de mí. Sé que vos sos una buena persona, y gracias por comunicarte por escrito. Te daría mi número de celular, pero no tengo, y no es por falta de dinero, sino porque prefiero leer novelas de Dostoievski, y pasar un buen rato en las bancas del bosque. Gracias por tu atención.

Manuel se acomodó las gafas y tomó el papel, mientras leía, observé sus lágrimas, no sabía por qué lloraba, pero se acercó y me dio un abrazo. En ese momento no había nadie en la sala de estudiantes. Me dijo que era una buena persona, y que era digno de ser amado. Luego de abrazarme me dijo si quería ir a tomar un café, y salimos del bufete para tomar café. Nos sentamos una mesa, le dije que me sentía nervioso porque no estaba acostumbrado que me vieran con otras personas, pero Manuel me hizo sentir seguro. Me contó de sus amores fallidos, me contó que amó a una mujer a tal punto de olvidarse de ella, como dice el poeta.

            Después de todos esos acontecimientos que me conmocionaron, recordé mientras me acercaba a la jauría, recordé a Manuel y supuse que debía invitarlo a convertirse en perro, aunque todavía no estaba seguro de las reglas de la jauría. Fermín se acercó a Kaiser con reverencias, y los demás caninos saludaron con sus colas. Yo me mantuve a distancia, hasta que un ladrido de Kaiser dirigido hacia mí, me hizo acércame. Bajé la cabeza, y caminé como un perro inseguro. Al acercarme, Kaiser habló. La vida puede ser putrefacta si uno quiere, se puede vivir en escombros y en soledad, apartado de todos y llevar la mejor vida posible. Fermín dice que sos humano, nosotros también lo somos, hemos decidido ser perros porque eso nos enseñaron los poetas de antaño, algunos llevamos sangre de poetas y artistas que tenían la capacidad de convertirse en perro. De seguro Fermín te contó que Joaquín Pasos fue un perro, y no me refiero a su problema con el alcohol, sino que pudo convertirse en perro, otros se convierten en gatos, como Carlos Martinez Rivas, algunos viejos perros que ya murieron lo conocieron, era un gato extraño, siempre caminaba tambaleándose, es que Martínez Rivas se convertía en gato cada vez que tomaba para dejar de sentirse triste. Y, caminaba por las calles de Altamira tambaleándose y hablando con perros que se interesaban en él. Yo no lo conocí, solo sé de estas historias. Hoy es tu primer día, y vamos a ponerte a prueba. Este perro de manchas naranjas es tu contricante, tenés que pelear a muerte, sino lo hacés, te echamos del grupo ¿de acuerdo?

            ¿Pelear? Me pregunté, nunca había peleado, ni siquiera mataba moscas, pero pelear con otro pero sonaba tentador, aunque no sabía de qué manera iba a proceder. Sin embargo, el perro de manchas naranjas se presentó como Sergio, y dijo que era pintor. Separó sus patas en posición de combate, levantó la cola y empezó a gruñir. Vos también tenés que gruñir, dijo Fermín. Hice lo mismo, separé mis patas, mostré mis colmillos. La jauría hizo una rueda y empezó la pelea. Sergio corrió hacia mí y me espanté porque no sabía qué iba a suceder. Vamos, a pelear, ustedes pueden, decían los demás. Dejé que Sergio se acercara, y apenas me lanzó el primer mordisco al cuello, yo también hice lo mismo, y empezamos a desgarrarnos la cara y el cuerpo a mordiscos, de pronto me desvanecí, caí al suelo desmayado por las heridas, Sergio iba a darme otro mordisco en la cara, pero Kaiser dio un ladrido y Sergio se detuvo.

            Estaba ahí, el concreto, desangrándome y con la cara hecha pedazos, temblaba de dolor, y escuché a la jauría. Fermín se acercó y me dijo: lamerte las heridas funciona, pero tenés demasiadas laceraciones, en la próxima te enseño a pelear, esto solo es el ritual de inicio, los perros deben aprender a sufrir y perder batallas, por ahora, te vamos a dar algo de comida que Kaiser consiguió con el carnicero de la cuadra. Me incorporé, y vi un trozo de carne cruda frente a mí, y aquel perro, mi contrincante movía la cola, y me dijo: esto es tuyo, por tu valentía, no cualquier humano se enfrenta a un perro como vos lo hiciste, te mereces un buen trozo de carne cruda, excelente para tu recuperación. No te preocupes por las heridas, pronto van a sanar, por ahora, comé y luego tomas agua.

            Aquel trozo de carne, estilo corbata, aquel trozo de carne con el color carmesí de la sangre, se veía extraño. Nunca había comido carne cruda, pero tenía hambre y estaba agotado por la pelea. De inmediato lo tomé con mis colmillos y empecé a masticarlo; el sabor era algo particular, era un sabor a grasa y sangre, pero en mi paladar se sentía delicioso. Terminé de comer mientras la jauría permanecía reunida hablando de sus vidas de pintores, escritores y poetas. Algunos recitaban sus poemas, y cuando por fin les dije que me sentía mejor, me aclararon que cada vez tendría un encuentro hasta mejorar el instinto de pelea. El instinto supervivencia porque era necesario enfrentarme a la vida como un perro, porque la vida de un perro no es tan fácil como parece, y menos la vida de un perro callejero.

            Fermín dijo que me fuera, que me recuperara de las heridas, y regresara más a las clases de derecho. Y, eso hice, me fui convertido en humano, tenía laceraciones en la cara, no sabía qué decirle a mi madre al respecto, pero cuando llegué a la casa ni siquiera me vieron, entré a mi cuarto y tomé un baño. Sentí el agua correr por mis heridas, sentí aquellos mordiscos certeros en mi cuerpo, pensé que tal vez debía aprender a luchar como dijo Fermín, que debía luchar como un perro y estar preparado como un humano capaz de abandonar el temor. Y, ese temor que nos atormenta, es el temor a la muerte, y morir joven es el peor sentimiento, porque pensamos que no hemos logrado todo lo que deseamos hacer, en mi caso, no había logrado nada, ni siquiera había escrito un poema digno de una revista, no pensaba en anda artístico, pero con la jauría, y los primeros versos que escuché recitar por parte de uno de ellos me llené de coraje, y me propuse ser el mejor perro callejero, ser el mejor en todo para prepararme y dar lo mejor de mí mismo.

            Terminé de darme un baño, tomé la toalla y me acosté en la cama. Sentía el dolor de las laceraciones en el rostro, pensé en lo que dijo Fermín: abandonar la carrera derecho. No podía presentar a clases con estas heridas, así que todo estaba resuelto, no iría más a la facultad, y me dedicaría a ser un perro como Fermín y Kaiser.

           

Cuando me matriculé en la carrera de Humanidades y Filosofía me encontré al profesor llamado Kaiser. Me cerró el ojo, y la primera clase de Introducción a la filosofía él fue quien impartió la materia. Después, al finalizar, me acerqué para preguntarle por la jauría. Me dijo que nos viéramos en la calle de siempre. Que habría otra pelea. Aun con mis heridas me atreví a la pelea, y el enfrentamiento fue con Fermín. Fermín estaba rabioso por empezar la pelea, nos enfrentamos, le di mordiscos, pero me abatió con sus mordidas en la cara, otra vez quedé tendido en el suelo. Después, al anochecer, aun seguíamos convertidos en perros, así que fuimos a la casa de Fermín, me di una ducha y me cambié de ropa, ropa que era de Fermín. Me dijo que iríamos a un prostíbulo. Y nos fuimos caminando como perros hasta El cueto. Ahí vi las luces, las mujeres bailando, y todo eso me conmocionó. Fermín me presentó a una muchacha, y esta muchacha me llevó a un cuarto donde perdí mi virginidad.

            Al día siguiente, en la materia de filosofía escuché la noticia por parte de Kaiser: mataron a Fermín, tenía una misión en otra calle, su misión era establecer diplomacia con otra jauría, pero lo mataron.

            Quedé atónito, y nunca más volví a convertirme en perro. Me quedaron las lecciones de Fermín, y continué mi carrera de filosofía.

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