Era casi medianoche, no creía que pudiera encontrarlo; pero allí estaba, sentado en el muelle, en el mismo lugar que lo había visto la noche anterior.
— Buenas noches — Saludó Freire.
— Para alguien será, para mí, desde luego que no — el anciano se llevó una petaca a la boca.
— Escuché que hubo un accidente en el río esta tarde — era un buen hombre.
— Más que un accidente, lo que hubo fue una ejecución — escupió en el suelo —, tardaré lo que me queda de vida en quitarme esa horrible imagen de mi mente — tiró del sedal, parecía tranquilo, pero el sedal temblaba al mismo ritmo que su pulso.
— Tengo un agente con su declaración, pero prefiero escucharla de usted — encendió la grabadora —, si no le importa.
— Claro que no — recogió el sedal —, además no hay mucho que contar — se revolvió en su silla plegada.
— Soy todo oídos — se sentó en el suelo.
— Llegué preparado para pescar, llevan días sin picar nada — bebió un poco —. Antes de pisar el muelle escuché unos gritos. Vi al muchacho por