KAEL
Los días siguientes transcurrieron como un sueño demasiado bonito para ser verdad.
Evelyn se transformó en la persona perfecta: cariñosa, atenta y aparentemente dedicada por completo a mí. Ya no había tonos ásperos ni secretos sospechosos.
Pero quizá fue precisamente porque era demasiado perfecta por lo que empecé a sentirme incómodo.
Esa tarde, cuando llegué a casa del trabajo, encontré a Evelyn sentada en la terraza, contemplando el jardín con expresión tranquila. Llevaba el cabello suelto y sostenía entre los dedos una taza de té que aún humeaba.
—Kael —dijo en voz baja sin volver la cabeza—, sabes, estoy empezando a amar este tipo de tranquilidad.
Me quedé en la puerta, observándola. —¿Paz?
—Sí —respondió con una leve sonrisa—. Antes sentía que la vida era demasiado dura, demasiado ruidosa. Pero ahora... todo me parece tranquilo. —Giró la cabeza y me miró con unos ojos que parecían reflejar la luz de la tarde—. Tú haces que todo sea tranquilo.
Me acerqué y me senté en la sill