Correcto

—Siempre es un honor contar con su santa presencia, padre.

—Sabe que lo hago con el mayor de los gustos, Srta. Collins.

—Espero que pronto pueda regresar.

—Cuando tenga mi día libre, cuente una vez más con mi presencia. Ahora si me permite, debo irme. El camino es largo.

—Tenga mucho cuidado, padre.

—Lo tendré. Hasta pronto.

—Bendición, padre.

—Que Dios te bendiga en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo — marqué la señal de la cruz en su frente, mientras cerraba sus ojos.

—Gracias, padre.

Me despedí con la mano antes de salir del orfanato donde crecí e irme en mi auto en dirección a la iglesia.

Durante el camino decidí escuchar un poco de música clásica, de esa manera no me siento tan solo a tan altas horas de la noche.

Mientras la música suave infestaba mis oídos, me perdí en los recuerdos de mi niñez. Desde pequeño tenía claro que quería servir a Dios, supongo que la Sra. Collins, la madre de la actual propietaria del lugar, fue quien me guio por ese camino del bien, pues ella era una mujer muy religiosa y devota. Me inculcó valores que al día de hoy guardo y práctico con gran recelo. Ella fue como mi madre, es una pena que haya tenido que marchar tan pronto, pero sé que debe estar sonriendo junto a la presencia de Dios.

No recuerdo mucho de mi niñez antes de llegar al orfanato. No sé quiénes serán mis padres o si tengo hermanos. No sé absolutamente nada de ellos durante mis casi treinta y cinco años de vida. Cada día rezo porque aún se encuentren bien. No importa la razón por la que me hayan dejado en un orfanato, en mi corazón no hay ningún tipo de rencor hacia ellos; todo lo contrario, espero que, dónde sea que se encuentren, Dios los mantenga a salvó de todo peligro.

Estaba tan perdido en mis pensamientos que no me di cuenta en el momento que una silueta se interpuso en medio del camino.

—¡Santo Dios! — frené de golpe, a escasos centímetros de llevarme por delante a la persona que se apoyó del auto.

Con el corazón a punto de salirse de mi pecho y con las manos temblando sin control, bajé del auto y me acerqué a la mujer que estaba doblada y recostada en el auto.

—¿Señorita, se encuentra bien? — me acerqué un paso, pero al ver la sangre que brotaba de su vientre, me congelé por unos instantes—. ¡Está herida! Déjeme ayudarla.

—Deme las llaves del auto ahora mismo — levantó la cabeza al tiempo que me apuntaba directamente con un arma.

—Señorita, si quiere que le entregue el auto, se lo daré, pero no veo necesidad de usar la violencia. Bajé el arma y permita que la ayude.

Por la misma oscuridad y el cabello que se regaba en todo su rostro, no podía hacer contacto visual con ella. Aunque por dentro estaba muriendo de miedo, y no es para menos, esa mujer puede disparar en cualquier momento, me preocupaba mucho más toda la sangre que salía de su herida.

Se tambaleó, perdiendo el equilibrio y fue ahí donde aproveché para acercarme y asegurarla entre mis brazos. Percibí en el aire el olor metálico de la sangre al instante.

—La voy a llevar a un hospital, está perdiendo mucha sangre.

—No... — aunque su voz salió en un susurro, sonó firme y enojada—. Lléveme a su casa, padre.

—N-no puedo llevarla a la iglesia estando en este estado. ¡Necesita atención médica cuánto antes!

—Y yo dije que me lleve a su casa, padre — dejó el cañón en mi cabeza, ahora observándome fijamente y parlizándome por completo—. No querrá que el dedo se deslice sin querer, ¿o si?

—Baje esa arma, por favor. Dios...

—Su Dios no le va a salvar el culo si no hace lo que yo le digo — cerraba los ojos con frecuencia, y en otras veces aflojaba la presión del arma en mi cabeza, pero me era imposible dejarla ahí estando en tan malas condiciones—. Suba al auto.

—Está bien, la llevaré conmigo a la iglesia, pero, por el amor a Dios, guarde esa arma.

—No se asuste, padre, esta belleza nos va a cuidar contra todo aquel que nos quiera hacer daño — presionó el arma, soltando una risa extraña—. Lo que menos me llevaría por delante sería a un hombre de bien como un cura. Así que relájese, que no va a pasar nada...

Se desplomó en mis brazos en solo cuestión de segundos. Cómo pude, agarré el arma y la dejé sobre el auto para luego llevarla en mis brazos a la parte de atrás del mismo y subir a mi lugar y arrancar a toda velocidad para llegar a la iglesia lo más pronto posible.

No sé si estoy haciendo bien en no llevarla a un hospital para que le brinden la debida atención. Tampoco podía dejarla en medio de la carretera si bien está en mis manos ayudarla. Puede que no sea doctor, pero de algo han de servir los pocos estudios que poseo sobre medicina. En el fondo quiero creer que estoy haciendo lo correcto.

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