Diez años después
Talia me da un beso antes de tomar su plato y sentarse en la mesa, tiene puesto un abrigo de lana que he estado buscando toda la semana y un par de shorts, incluso si llevamos casi diez años en rusia, la mujer no se acostumbra al frío, lo que me resultaba divertido.
— ¿Dónde están los engendros? — pregunto, pero en cuanto saco los panecillos del horno, Aleksandr aparece con las niñas encaramadas sobre él, Alanna en su espalda y Ariadna en su pecho.
Las dos ríen a carcajadas mientras él se sacude y las deja en sus asientos.
— buenos días — canturrean las dos a la vez.
Mis pequeñas sonríen, sus cabellos se han vuelto una mezcla entre rubio y rojizo, son pálidas como mi madre, pero tienen los ojos verdes de los Connors.
Aleksandr, quien tiene casi veinte años, abraza a Talia c