—En dos días, vendrá tu prometido Ailín. Deja de perderte en el maldito bosque –exclamó empujándome al suelo. Caí de rodillas, y presioné mi cuello con dificultad. Levanté la vista y mis ojos tenían lágrimas que no, no derramaría ante él.
—Sí… —comenté y el se marchó dejándome sola.
Estábamos solos. Pero él, me estaba utilizando como moneda de cambio, nada más. Mis ojos se llenaron de lágrimas de nuevo, y esta vez en el regocijo de mi habitación me permití llorar.
Mis sollozos alcanzaron tristemente toda la habitación, y me quedé dormida sobre la cama. Era mi triste destino, y no podía escapar de él.
A la mañana siguiente, una doncella estaba de pie frente a mí. Sostenía una bandeja con una taza de té y un trozo de pastel.
—Qué lindo… desayuno –comenté con una sonrisa y ella, observó mi cuello preocupada.
—Le traje unos urgentos, le harán bien. No deje que Lord la maltrate –susurró apenada y yo negué con una sonrisa triste.
—Es… mi destino –susurré y ella negó, mientras abría la puert