Cuatro

Violet se quedó sorprendida.

—Papá, apa—repitió la pequeña.

Ignacio sonrió.

—Hola mujercita, no soy tu papá, ¿así que puede hablar? ¿Esperaban a su esposo señorita Williams?

Violet estaba concentrada mirando al hombre delante de ella, mordía la manzana con pensamientos nada sanos.

—Señorita Williams, ¿está usted bien?

—Papá —repitió insistente Salomé.

—No soy papá, pero he traído esto para ti —extendió la mano con un piano acto para bebés a partir de los 12 meses, en color azul.

—Amor, no, el señor no puede cargarte, es alérgico a los bebés —reaccionó finalmente Violet—. Soy madre soltera, señor.

Ignacio la miró con cierto asombro y carraspeó.

—Veo que se ha tomado el tiempo de investigar, no entiendo, porque llevar a la niña, si sabía esa información.

—No, no lo sabía, me enteré hace horas, estoy dispuesta a pagar lo que sea que cueste esa demanda, mi hija está primero, ¿Qué hace en mi residencia señor O’Kelly? Es decir, el asunto lo llevarán mi representante y nuestro abogado.

—Quería disculparme con usted y con su pequeña, ¿Salomé, dijo que es su nombre verdad?

—Sí, ese es el nombre de mi hija, señor.

—Qué casualidad. Salomé era el segundo nombre de mi madre, y su pequeña no solo llevas su nombre.

Violet tragó grueso, eran increíbles tantas casualidades, por un momento pensó que el hombre la recordaba, que su seguridad le daría la razón, era él.

—¿A qué se refiere? —preguntó ansiosa.

—Su cabello, sus ojos, tiene esos rasgos también de mi madre, los heredé, supongo que debe parecerse al padre —dijo analizando a Violet.

Violet suspiró, el hombre solo creía que era una casualidad.

Salomé extendió los brazos una vez más, Ignacio no pudo negarse, entregó el regalo a Violet y extendió sus brazos, recibió a la pequeña, no de muy buena gana.

La niña se quedó mirándolo, como si intentara grabar su rostro.

Le tocó la nariz e Ignacio sonrió.

—Hola princesita—dijo el hombre.

Salomé recostó su pequeño cuerpo al hombro de Ignacio.

—¿Qué le sucede, está ella bien? —preguntó él preocupado.

—Sí, señor O’Kelly, solo significa que le agrada.

El hombre sonrió y empezó a sobar la espalda de Salomé, ella levantó el rostro y empezó a jugar con el rostro del hombre.

—Pa-Pa-Pa-Pa-Pa.

—Sabes algo pequeña, tú también me agradas.

Ignacio tocó la pequeña mejilla de la bebé intentando ser cariñoso, sonrió y pretendía devolverla a su madre, la pequeña se negó, se aferró a él.

—Lo siento, señor, mi hija no suele tener ese tipo de apegos con extraños.

—Ni yo con bebés —murmuró el hombre—. Está bien, puedo tolerar esto, ¿le parece si hablamos mientras la señorita decide volver con usted?

—Le repito, si se trata de su demanda, mi representante ya se está haciendo cargo, señor O’Kelly.

—Ignacio, puede llamarme Ignacio, ¿puedo sentarme?

Violet asintió y caminó para dirigirlo, Ignacio tragó grueso al caminar de tras de la mujer y admirar su figura, se preguntó cómo era posible que tuviera esa figura, siendo madre.

—¿Desea algo de tomar, Ignacio?

—Agua por favor.

Violet se alejó, dado que el refrigerador estaba a distancia prudente, para ver a su hija.

«Como carajos es que además de tener una niña en brazos, estoy pensando que su madre es muy atractiva» se reprochó al recordar su regla de cero jóvenes, cero bebés.

Ignacio dejó sus pensamientos y se dispuso a seguirle la corriente a la pequeña que parecía aún no terminar su análisis, parada en una pierna del hombre, lo seguía mirando.

Se ayudó de la camisa del hombre para abrazarlo de nuevo, Ignacio sintió ternura, y aunque no se explicaba el sentimiento que aquello le generaba, sí se cuestionaba el comportamiento de la pequeña.

Quien al ver a su madre de regreso finalmente le extendió de nuevo sus brazos, Violet se sentó, dio a Salomé un juguete y se dispuso a escuchar al hombre.

Ignacio se disculpó, ofreció un aumento y modificar el contrato con horarios flexibles, estaba haciendo todo cuanto creía, para no dejar ir a Violet, cuando ella le expuso que no le importaba la demanda, que tenía muchas opciones, él duplicó cualquier oferta que ella pudiera recibir.

—¿Qué le parece mi propuesta señorita Williams?

—Me gusta, es generoso lo que ofrece, pero quisiera algo más.

—Por supuesto, después de que esté a mi alcance, ¿qué más sería, señorita Williams?

—Si acepto este trabajo, usted, claro en compañía y bajo la supervisión de Lana, la niñera, se hará cargo de mi hija, el tiempo que demore cada sesión.

Ignacio se puso de pies, suspiró, miró a la pequeña.

—¿No llora mucho? ¿No hace muchos berrinches?

—Lo normal a su edad, Ignacio.

—No soy padre, de hecho había considerado ser alérgico a los niños, en especial las niñas, no podría saber a qué le llama normal.

—Es un amor, un ángel capaz de doblegar hasta el más duro de los corazones, estará con su niñera, es mi única condición, señor Ignacio.

Lo pensó por unos minutos más, escuchó a la pequeña llamarlo papá de nuevo, mientras jugaba en la adecuada y cómoda alfombra a su disposición.

Salomé se paró y quiso levantar el juguete que el hombre le había llevado.

Ignacio alcanzó a darse cuenta y se acercó antes de que la pequeña se cayera, evitándole un mal rato.

—Tiene reflejos de padre, pasó la prueba, Ignacio.

Violet se acercó, mientras le recibía a la pequeña lo miró, no tenía dudas de que era él, se quedaron con la pequeña en medio sin decidir quién la sostendría, el mundo pareció haberse detenido para ambos.

—¡Lo siento! —reaccionó Ignacio—. Está bien, acepto, me haré cargo de su hija, cada vez que me sea posible y que esté en compañía de su niñera. ¿Es todo, señorita Williams?

—Violet —dijo ella en tanto pensaba en cómo descubrir ese tatuaje.

—¡Perdone! —replicó confundido.

—Que puede llamarme Violet, Ignacio.

—Muy bien Violet, supongo que es momento de irme.

Violet suspiró, no se le había ocurrido nada, para descubrir si él era ese hombre, del cual a ella no le quedaba dudas, preguntar directamente con la reputación del hombre, se le hacía una pésima idea.

—¿Ha pensado en una sesión fotográfica, en islas margaritas? —inquirió ella con la intención de saber si él decía algo revelador.

—Honestamente no —respondió con simpleza—. Buenas tardes, señorita Violet, la espero en esa sesión mañana.

Pretendía marcharse y se detuvo, se giró lento y se acercó.

—Te veo mañana pequeña —dijo apenas rozando la nariz de Salomé con su grueso dedo.

—Papá —dijo extendiendo las manos una vez más.

—No, no puedo cogerte, lo siento

—Es solo una niña, no va a morderlo, hacerle daño, señor Ignacio.

Sonrió sarcástico y no le importó, se marchó dejando a la pequeña con los brazos extendidos, salió y cerró.

Mientras caminaba con dirección a su auto, un sentimiento de culpa lo invadía.

Buscó en su bolsillo su móvil, sonrió al darse cuenta de que lo había olvidado.

Exhaló y regresó por el, llamó a la puerta.

—Disculpe, es solo que olvid…

—Su móvil —dijo ella extendiéndolo.

Ignacio le sonrió a la pequeña, quien pareció haber entendido, ya no le extendió los brazos, no le dio importancia a su presencia.

—¿Está bien, señor O’Kelly? —preguntó al verlo pensativo.

—Así es, hasta mañana, señorita Violet.

Violet sonreía mientras miraba al hombre que ya se había despedido, pero no se movía.

—¿Tiene usted un tatuaje en la espalda? —se animó finalmente a preguntar.

—Veo que ha investigado bien, señorita Violet, ¿cómo es que sabe usted eso?

—¿Entonces si tiene un tatuaje en la espalda, Ignacio?

—Tal vez, señorita Williams, tal vez, si me está investigando, debería pedir que le den información completa.

«Es lo único que recuerdo del padre de mi hija» pensó en responder.

—Lo leí por ahí y sentí curiosidad, ¿lo tiene, señor Ignacio?

—Así es, un ave fénix.

Violet sonrió, el hombre frente a ella era el padre de su hija, ya no había dudas.

Se quedaron en silencio de nuevo, mirándose, mientras Salomé jugaba con el cabello de su madre.

El teléfono de Ignacio interrumpiendo el evidente momento de mutua atracción.

—Lo siento, es mi mujer, que tenga una buena tarde Violet, también para ti, pequeña.

Violet sintió cierta tranquilidad al saber que había encontrado al padre de su hija, al menos era de su gusto, pensó recordando su preferencia por los hombres maduros.

—Así que has reconocido a tu padre, bien, ya que tengo certeza, tú me vas a ayudar, antes de decirle quiénes somos, tú vas a doblegar el corazón de ese troglodita, vas a enamorarlo.

—Papá —dijo y miró a la puerta al sentir abrirla.

—No amor, no es papá, es Lana.

—¿Señorita Violet, están bien? Acabo de ver al gruñón de su jefe abajo.

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