2. Bloqueo creativo

—Ven, vamos a tomar chocolate caliente— susurró mientras lo calmaba.

Pasaron treinta minutos y continuaba lloviendo, más que lluvia parecía ser un diluvio el que caía, pero aquel niño estaba tranquilo mientras observaba los dibujos en los libros. Un golpe de inspiración sacudió a la mayor y comenzó con una nueva historia, era de un joven que había perdido sus recuerdos y trataba de encontrar a la chica que lo salvó en medio de un accidente, debía pulir la idea. 

Tiempo después el timbre sonó, al escucharlo la chica corrió para ver si era la madre del niño. Al abrir la puerta vio a un hombre algo alto, de cabello rubio, era un rubio natural no desteñido, estaba completamente mojado y se apoyaba en sus rodillas para recuperar el aliento. Al elevar la mirada, el interior de aquel hombre se estremeció al poder observar de cerca a aquella chica que tanto había esperado volver a ver.

—¡Disculpe! ¿Ha visto a un niño de cinco años, de esta altura, ojos marrones claros y enormes junto a una sonrisa tierna? — preguntó intentando no sonar demasiado extraño o interesado en la joven Adele.

—Sí, lo he visto ¿Quién es usted? — se cruzó de brazos.

—Soy su padre, vivo al frente— señaló a la casa de enfrente.

—¡Ah! ¿Usted es el vecino que se escondía de mi hermana? — lo señaló con una sonrisa.

—Efectivamente— llevó su mano detrás de su cabeza sintiendo cómo sus mejillas se tornaban rosadas.

El niño salió en busca de su padre y al verlo saltó para abrazarlo, antes de irse se zafó de la mano de su padre y corrió a la dirección de Adele.

—¡Eres mi mami! — aseguró con una enorme sonrisa y volvió de nuevo con su padre.

—Pero ¡¿qué acaba de pasar?! Por eso es que no le abro la puerta a extraños— refunfuñó mientras cerraba la puerta.

—Lo mejor será que regrese a trabajar— susurró sentándose nuevamente frente a la computadora.

Nada pasaba, Adele no tenía ni la más remota idea de qué escribir. Aquello que había pensado sería una gran historia se desvaneció en su mente ¿Qué podría hacer ahora? Rascaba su cabeza de manera frustrada, nunca en su vida había llegado a tener un bloqueo de escritor justo después de ocurrírsele la idea. Esperó una, dos e incluso tres horas en el mismo lugar, esperando a que esa chispa de inspiración volviera. La noche había caído y con ella los ánimos de escribir esta nueva historia.

La noticia de que Mónica había llegado a Australia no había llegado, el viaje era demasiado largo para la paciencia de Adele, ella había deseado vivir en ese lugar desde que tenía memoria. Adele no sabía exactamente lo que Mónica veía en Australia, eran dos chicas completamente diferentes con sueños y pasiones opuestas, lo que sí era común para ellas era la falta que les hacía su compañera de vida.

La mañana llegó, los rayos del sol se colaban por entre las cortinas de la ventana, a pesar de no tener que levantarse temprano para ir a algún sitio, el cuerpo de la joven no se había acostumbrado a dormir más de la cuenta. Seis en punto, sus ojos se abrieron como si de persianas se tratara. En sus sueños no hubo nada que le ayudara a seguir con la historia ¿Qué debía hacer para traer la inspiración de vuelta? 

El timbre sonaba igual que el día anterior, había pasado cuatro horas desde que Adele había despertado. En cuatro horas no había llegado ninguna idea, un baño refrescante no sirvió de nada, leer o ver alguna película tampoco funcionó. El sonido del timbre continuaba resonando en la casa, no cesaba, por más que lo ignorara quién fuera que lo hiciera sonar no se cansaba de tocarlo. Ayer se vio envuelta en una extraña situación gracias a abrir el timbre y que pasara por segunda vez no le parecía nada atractivo. Después de varios minutos continuaba sonando, el ruido que producía impedía que Adele pudiera concentrarse en todo lo que hacía para poder generar alguna idea. Dejando caer el cojín que se encontraba en sus manos y soltando un gran gruñido de su parte se dirigió a abrir la puerta.

—Buenos días, ¿puedo ayudarle en algo?— saludó la rubia mientras rodaba los ojos.

—¡Buenos Días!— saludó el padre del niño de ayer con una enorme sonrisa.

—¿Puedo ayudarle en algo?— preguntó por segunda vez en un tono de voz bastante fastidiada, si se mostraba esquiva, quizá aquel hombre decidiría irse.

—Solo pasaba a saludar a mi vecina— sonrió más ampliamente.

—¡Qué bien! Ya que me saludó, hasta luego— dijo cerrando la puerta en su cara.

El timbre comenzó a sonar nuevamente, después de resoplar volvió a abrir.

—¿Necesita algo?— preguntó ya bastante irritada. 

—De hecho, sí… sé que apenas nos conocemos y que no vine a saludarles cuando recién me mudé— ella lo interrumpió.

—Y se lo agradezco, no me gustan las personas— dijo cerrando la puerta como vez anterior, él fue más rápido y metió su pie evitando que la cerrara del todo —¡¿Qué es lo que quiere?! ¡¿Debo llamar a la policía?!— gritó furiosa.

—Necesito que por favor cuides a Joel… Tengo que salir de urgencia y no tengo absolutamente a nadie  con quien dejarlo, no puedo llevarlo y apenas tiene cinco años como para dejarlo solo— suplicó hincándose de rodillas.

Verlo así llenaba de vergüenza a la menor, pero a su vez estaba convencida de que podría sacarle provecho a eso en un futuro.

—Te pagaré todo lo que pidas, solo será hasta la tarde de mañana, es un niño muy tranquilo, no le dará problemas— unió sus manos en señal de ruego.

—No estoy buscando empleo y tampoco tengo necesidad de dinero— se cruzó de brazos haciéndose la difícil—¿hay otra cosa que me ofrezca?— elevó una ceja.

—¡Haré lo que sea que quieras! No importa lo que sea— sonrió.

—Está bien, pero solo hasta mañana en la tarde, si no cumple, lo encontrará en la calle esperándole— aceptó con una sonrisa victoriosa.

—¿Dejarías a un niño en la calle?— preguntó sorprendido.

—Si no cumple con su parte del trato, sí— intentó sonar seria, pero su risa terminó delatándola.

—¡Me asustaste!— exclamó en un tono dramático —lo traeré ya mismo— salió corriendo a su casa.

Diez minutos después y Joel estaba sentado delante de ella, debía reconocer que era un niño muy tierno y juzgando por lo de ayer, uno muy bien portado, además no parecía dar problemas, eso sí, si los daba, Adele no dudaría por un segundo encerrarlo en el armario.

—¿Me puedes decir cómo sabías mi nombre?— preguntó en un tono serio.

—Le dije que era un secreto— respondió jugando con uno de sus carritos.

—¿Por qué dijiste que yo era «tu mami» ayer cuando te fuiste con tu papá?— se inclinó a su dirección.

—Porque usted es mi mamá— observó directo a los ojos de Adele y sonriendo de manera muy dulce, quizá aquel niño, aún no tenía idea del efecto que tenían en la mayor, sus palabras.

—Es imposible que sea tu mamá, nunca he tenido… eh, ya sabes, hijos— intentó explicar la mayor, cruzando sus brazos y recostándose en el espaldar de su silla.

—¡Claro que sí! Me tienes a mí— Sonrió ampliamente señalándose con bastante energía.

—Te conocí ayer, es imposible que seas mi hijo— respondió.

—Nos conocimos antes… puedo probarlo— expuso el menor con bastante seguridad, Adele se limitó a asentir repetidas veces a causa de su curiosidad ¿De qué manera podría Joel demostrarle que se conocían desde antes, sabiendo que nunca lo había visto?

—Tienes una cicatriz en este lugar— se puso en pie y dibujó en la espalda de Adele la línea de la mencionada cicatriz.

El rostro de la mayor palideció y su corazón dio un brinco, eso era algo absolutamente imposible.

—¿Cómo lo sabes? ¿Nos hemos visto antes?— él asintió.

—Papá me ordenó que no te lo dijera, no puedo darte más detalles, Adele… nos hemos visto antes— sonrió y añadió —y eres mi mami— aclaró con dulzura.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo