5

La dirección que Nicolás le había enviado la llevó a uno de los rascacielos más exclusivos del distrito financiero. El tipo de edificio donde los penthouses se vendían por cifras que tenían demasiados ceros para ser reales. El portero la esperaba con su nombre ya en la lista, como si Nicolás hubiera estado seguro de que vendría.

Arrogante hijo de perra.

El ascensor privado requería una tarjeta de acceso especial que el portero le entregó con una sonrisa conocedora que hizo que Michaela quisiera golpearlo. Mientras subía hacia el piso cuarenta y dos, se preguntó por décima vez qué demonios estaba haciendo.

El mensaje de Nicolás había sido típicamente imperioso: "Penthouse 42. 9 PM. Necesitamos hablar."

Como si pudiera simplemente chasquear los dedos y ella acudiría.

Lo peor era que había funcionado.

Las puertas del ascensor se abrieron directamente a un vestíbulo privado con puertas dobles de caoba que probablemente costaban más que su educación universitaria. Antes de que pudiera tocar, una puerta se abrió, revelando a Nicolás en una versión desarreglada de sí mismo que era más peligrosa que cualquier traje: camisa blanca con los primeros tres botones desabrochados, mangas enrolladas hasta los codos exponiendo antebrazos que no tenían derecho a ser tan atractivos, pantalones negros que se ajustaban perfectamente, pies descalzos.

Pero sus ojos mantenían esa intensidad que la hacía sentir como si estuviera siendo cazada.

—Empezaba a pensar que no vendrías. —Su voz era suave, casi burlona.

—Empezaba a pensar lo mismo. —Michaela entró, pasando junto a él sin tocarlo, aunque podía sentir el calor radiando de su cuerpo.

El penthouse era exactamente lo que hubiera esperado: impresionante de una forma casi dolorosa. Ventanales masivos ofrecían una vista de la ciudad que hacía sentir como si estuvieras flotando en el cielo. La decoración era toda líneas limpias y masculinas: negro, gris, blanco, acero. Sin color. Sin calidez. Como si hubiera sido diseñado para alguien que había olvidado cómo sentir.

—¿Este es tu refugio? —preguntó, observando el espacio con ojo crítico.

—Es donde vengo cuando necesito pensar sin distracciones. —Nicolás se dirigió a un bar de diseño en la esquina y sirvió dos copas de vino sin preguntar—. Sin empleados curiosos. Sin paredes que escuchan. Sin máscaras que mantener.

Le extendió una copa. Sus dedos se rozaron en el intercambio, y Michaela odiaba cómo ese simple contacto podía enviar electricidad por su brazo.

—¿Por qué estoy aquí, Nick?

Él tomó un sorbo de vino, estudiándola por encima del borde de la copa.

—Porque hay cosas que no pueden discutirse en la oficina.

—Podrías haber dicho eso en un restaurante. O en una cafetería. En cualquier lugar menos tu penthouse privado.

—Pero entonces no habríamos estado realmente solos, ¿verdad? —Se acercó a los ventanales, su perfil recortado contra las luces de la ciudad—. Y lo que necesito decirte requiere absoluta privacidad.

Michaela sintió un nudo formarse en su estómago.

—Habla claro. No vine hasta aquí para juegos.

Nicolás se volvió, y algo en su expresión había cambiado. Menos controlado. Más crudo.

—El contrato que firmaste. Las cláusulas que encontraste ambiguas.

—¿Qué hay con ellas?

—No eran ambiguas. Eran deliberadamente abiertas para cubrir situaciones que van más allá del ámbito profesional.

El nudo en su estómago se apretó.

—Explícate.

—Mi interés en ti trasciende lo laboral. —Dejó la copa y dio un paso hacia ella—. Y creo que el tuyo en mí también.

Michaela se obligó a no retroceder.

—Eso es presuntuoso.

—¿Lo es? —Otro paso—. Porque tu cuerpo dice algo diferente. La forma en que tu respiración cambia cuando me acerco. Cómo tus pupilas se dilatan cuando te miro. El rubor que sube por tu cuello cuando te toco.

Cada palabra era un golpe directo a su compostura cuidadosamente construida.

—Mi cuerpo no es una invitación abierta.

—No. —Sonrió, pero había algo oscuro en ello—. Pero es honesto de formas que tu boca no lo es.

—¿Entonces qué? ¿Me trajiste aquí para decirme que te atraigo? ¿Eso es todo este teatro?

—Te traje aquí para proponer un acuerdo.

Las alarmas comenzaron a sonar en la cabeza de Michaela.

—¿Qué tipo de acuerdo?

Nicolás se detuvo a centímetros de ella, tan cerca que podía contar las pequeñas motas doradas en sus ojos grises.

—Una extensión de nuestro contrato profesional. Algo que cubra aspectos más... personales de nuestra relación.

—No tenemos una relación personal.

—Todavía no. —Su mano se levantó, rozando su mejilla con una suavidad que contradecía la intensidad de su mirada—. Pero ambos sabemos que vamos hacia allí.

Michaela se apartó de su toque, necesitando espacio para pensar sin que su proximidad la nublara.

—Esto es locura. Eres mi jefe. Hay reglas, límites...

—Las reglas son para personas que no saben lo que quieren. —La siguió, cerrando el espacio que ella había creado—. Los límites son para personas que tienen miedo de cruzarlos.

—Tal vez yo debería tener miedo.

—Probablemente. —Se detuvo justo detrás de ella, su voz cerca de su oído—. Pero no lo tienes. No realmente. Lo que tienes es curiosidad. Y eso es mucho más peligroso.

Michaela se volvió bruscamente, enfrentándolo.

—¿Qué es lo que realmente quieres, Nicolás? Porque todo esto —gesticuló entre ellos— parece más sobre control que sobre cualquier otra cosa.

Algo cruzó su rostro. Dolor, quizás. O reconocimiento.

—Tienes razón. Se trata de control. —Dio un paso atrás, pasándose una mano por el cabello en el primer gesto de frustración real que ella le había visto—. Porque hace seis años perdí todo el control. Vi algo que destruyó todo lo que creía saber sobre ti, sobre nosotros. Y cuando intenté recuperar ese control, ya era demasiado tarde. Te habías ido.

—No me fui. Tú te fuiste.

—Porque no podía quedarme. —Su voz se volvió áspera—. Porque cada vez que te miraba, veía esa imagen en mi cabeza y no podía... no podía reconciliar a la mujer que amaba con lo que había visto.

Michaela sintió lágrimas ardiendo en sus ojos pero se negó a dejarlas caer.

—Y ahora qué, ¿quieres redimir esa pérdida de control teniendo control absoluto sobre mí? ¿Esa es tu gran solución?

—No sé qué quiero. —La admisión pareció ser arrancada de él—. Solo sé que cuando te vi de nuevo, cuando te sostuve bajo la lluvia, fue como si seis años desaparecieran. Como si todo ese tiempo solo hubiera estado esperando volver a encontrarte.

—Para poder castigarme por algo que nunca hice.

—O para finalmente obtener respuestas. —Se acercó otra vez, más lento esta vez—. O para descubrir si lo que sentí por ti era real o si fue solo la ilusión de un chico estúpido.

—¿Y este "acuerdo" tuyo cómo ayuda con eso?

Nicolás levantó su mano, trazando la línea de su mandíbula con dedos que temblaban apenas.

—Porque requiere honestidad absoluta. Confianza total. No puedes esconderte en un acuerdo como el que propongo. No hay espacio para máscaras.

—O control. Estás pidiendo control absoluto sobre mí mientras tú mantienes todas tus defensas intactas. —Michaela atrapó su muñeca, deteniéndolo—. Eso no es honestidad, Nick. Eso es manipulación.

Algo brilló en sus ojos. Respeto, quizás. O desafío.

—Tienes razón. —No intentó liberar su muñeca—. ¿Entonces qué propones tú?

Michaela parpadeó, sorprendida por la pregunta.

—¿Qué?

—Si mi propuesta es unilateral, entonces hazme una contrapropuesta. —Su sonrisa era desafiante—. Dime qué términos necesitarías para considerar esto.

Era una trampa. Tenía que serlo. Pero también era una apertura que no había esperado.

—Reciprocidad. —Las palabras salieron antes de que pudiera pensarlas completamente—. Si me pides honestidad, tú también tienes que darla. Si quieres acceso a partes de mí, yo obtengo lo mismo. Si estableces reglas, se aplican a ambos.

Nicolás estudió su rostro, su expresión indescifrablemente.

—Eso es más de lo que le he dado a alguien en seis años.

—Entonces tal vez no estás listo para lo que estás pidiendo.

El silencio se extendió entre ellos, cargado de tensión y posibilidades sin explorar.

Finalmente, Nicolás habló, su voz baja y peligrosa:

—¿Y si acepto tus términos? ¿Reciprocidad total? ¿Considerarías el acuerdo?

Michaela sintió como si estuviera parada en el borde de un precipicio, mirando hacia un abismo oscuro donde no podía ver el fondo.

—No lo sé. —La honestidad la sorprendió a ella misma—. Parte de mí quiere saltar, quiere descubrir qué hay al otro lado. Pero otra parte...

—Tiene miedo.

—No. —Levantó la barbilla—. Otra parte sabe que si salto, no habrá vuelta atrás. Y no estoy segura de que esté lista para eso.

Nicolás asintió lentamente, como si hubiera esperado esa respuesta.

—Entonces no saltes. Todavía. —Se apartó finalmente, rompiendo el contacto físico—. Pero piénsalo. Porque lo que hay entre nosotros no va a desaparecer porque lo ignoremos. Solo va a volverse más intenso hasta que uno de los dos se rompa.

—Suenas muy seguro de eso.

—Lo estoy. —Su sonrisa era triste, autocrítica—. Porque ya he intentado olvidarte. Durante seis años. Y no funcionó.

Michaela no tenía respuesta para eso. Se quedaron allí, mirándose, con años de historia sin resolver colgando entre ellos como niebla.

—Debería irme. —Finalmente rompió el silencio.

—Deberías. —Pero no hizo movimiento para detenerla o acompañarla.

Michaela caminó hacia el ascensor, cada paso sintiéndose como si estuviera abandonando algo importante. Cuando llegó a las puertas, la voz de Nicolás la detuvo.

—Michaela.

Se volvió. Él seguía donde lo había dejado, recortado contra los ventanales y las luces de la ciudad, viéndose más solo de lo que nunca lo había visto.

—Por lo que valga, lamento cómo terminaron las cosas hace seis años. Lamento no haberte dado la oportunidad de explicar. Pero no lamento haberte vuelto a encontrar.

Las puertas del ascensor se cerraron antes de que pudiera responder, llevándola de vuelta a tierra firme mientras su corazón latía descontroladamente.

Durante el trayecto en el auto que él había ordenado para ella, Michaela intentó procesar todo. Nicolás le había propuesto algo que iba más allá de cualquier relación que hubiera tenido antes. Algo que la aterrorizaba tanto como la intrigaba.

Pero lo más significativo era que por primera vez, él había mostrado vulnerabilidad real. Había admitido haber cometido un error. Había aceptado sus términos en lugar de imponer los suyos ciegamente.

Y eso cambiaba todo.

Su teléfono vibró con un mensaje de un número desconocido:

"Hola, Michaela. Soy Claudio. Conseguí tu número a través de contactos mutuos (no tan siniestro como suena, lo prometo). Solo quería asegurarme de que llegaste bien a casa después de la cena."

Michaela miró el mensaje, recordando los ojos verdes de Claudio, su sonrisa fácil, la forma en que la había tratado como si fuera valiosa sin hacerla sentir como una posesión.

"Llegué bien, gracias. Fue muy considerado de tu parte."

La respuesta llegó casi inmediatamente:

"Considerado es mi segundo nombre. Bueno, en realidad es Alessandro, pero considerado suena mejor. ¿Almorzarías conmigo mañana? Sin agenda oculta, sin juegos de poder. Solo buena comida y mejor compañía."

Michaela miró la pantalla, pensando en Nicolás y su intensidad que la consumía como fuego. Luego pensó en Claudio, representando algo más simple, más sano.

"Me encantaría."

Otro mensaje llegó momentos después, y el tono había cambiado ligeramente:

"Michaela, no sé exactamente qué está pasando entre tú y Nick Santana, pero conozco a hombres como él. Si alguna vez sientes que necesitas un respiro, un escape, o simplemente alguien que te escuche sin juzgar, puedes llamarme. A cualquier hora. Lo digo en serio."

Michaela leyó el mensaje tres veces, preguntándose cómo Claudio había podido leer su situación tan claramente. ¿Era tan obvia su confusión? ¿Tan visible su conflicto interno?

"¿Por qué harías eso por alguien que apenas conoces?"

Su respuesta fue simple pero devastadora:

"Porque reconozco a alguien que está siendo empujada hacia decisiones antes de estar lista. Y porque hay algo en ti que vale la pena proteger, incluso si eso significa protegerte de ti misma."

Michaela guardó el teléfono, sintiendo como si el universo la estuviera tirando en dos direcciones opuestas.

Nicolás, con su intensidad y su pasado compartido y sus promesas oscuras de descubrimiento mutuo.

Claudio, con su calidez y su oferta de simplicidad y su aparente falta de agendas ocultas.

Pero mientras miraba las luces de la ciudad pasar por la ventanilla, Michaela se dio cuenta de algo importante:

Por primera vez desde que todo esto había comenzado, ella tenía opciones reales.

Nicolás había mostrado vulnerabilidad, le había dado poder al aceptar sus términos de reciprocidad.

Claudio había ofrecido una alternativa, un camino que no requería que se perdiera a sí misma.

Y ella —finalmente— tenía el poder de decidir.

El auto se detuvo frente a su edificio. Michaela se quedó sentada un momento más, sabiendo que la decisión que tomara en los próximos días no solo definiría su futuro con estos hombres, sino el tipo de mujer que elegiría ser.

¿La mujer que saltaba al abismo con Nicolás, arriesgando todo por la posibilidad de algo extraordinario?

¿O la mujer que elegía el camino más seguro con Claudio, preservando quien era a cambio de algo más suave, más predecible?

La pregunta que realmente importaba era otra:

¿Podía ser ambas? ¿O tendría que sacrificar partes de sí misma sin importar qué camino eligiera?

Bajó del auto con más preguntas que respuestas, pero con una certeza cristalina:

El juego había cambiado. Y esta vez, ella estaba jugando también.

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