El veredicto llegó un martes gris, el tipo de mañana en que el cielo parece demasiado pesado para sostenerse. Michaela observaba la transmisión desde la sala de conferencias de Magno, con Nick de pie junto a la ventana y Alberto sentado en silencio al otro lado de la mesa. La voz del juez resonaba metálica a través de las bocinas, cada palabra cayendo como piedra en agua quieta.
—Ricardo Santana, este tribunal lo condena a cinco años de prisión federal, con posibilidad de libertad condicional después de tres años. Adicionalmente, deberá pagar una multa de treinta y cinco millones de dólares por fraude fiscal y daños civiles.
Cinco años. Michaela sintió algo extraño en el pecho, algo que no era satisfacción ni alivio. Quizás era el eco vacío de una guerra que nunca debió pelearse.
Nick no se movió. Sus hombros permanecieron tensos bajo el traje gris marengo, los nudillos blancos donde apretaba el alféizar. Michaela se levantó, caminó hacia él y deslizó su mano sobre la suya. Los dedos